D’A Festival Internacional de Cinema d’Autor de Barcelona: «Audentes fortuna iuvat»

Es posible que suene a lugar común empezar este artículo con la ponderación de las virtudes de certámenes como el que nos ocupa, el D’A Festival Internacional de Cinema d’Autor de Barcelona. Sin embargo, habida cuenta la situación socioeconómica que vivimos actualmente en todo el globo, con particular intensidad en Europa, y todavía con mayor incidencia en España, donde a la crisis financiera global se le ha sumado el derrumbe del sobredimensionado sector inmobiliario, poniendo en evidencia nuestro endeble tejido empresarial y nuestras carencias laborales y formativas, más que caer, en consecuencia, en una hueca o tópica lisonja de los promotores del evento (la difusora audiovisual Noucinemart), hay que mostrar una sincera gratitud y admiración por quienes, más quijotescamente que nunca, siguen empeñados en defender la cultura, uno de los sectores más amenazados por las denominadas “políticas de austeridad” de nuestros gobernantes juntamente con la educación, la investigación y la sanidad, en una nueva prueba de que los supuestamente responsables del bien colectivo de las naciones son prisioneros de los intereses de una oligarquía ajena al sentido común más elemental y cuyos afanes nada, o poco, tienen que ver con aquello que debería beneficiar al conjunto de la sociedad, ellos mismos incluidos.

Con este prólogo no pretendo sumarme al mensaje apocalíptico que parece instaurado en los mass media y, en especial, en los noticiarios, cada vez más convertidos en boletines de las desgracias propiciadas por la recesión; pero es menester recordar que la difícil coyuntura presente es el telón de fondo sobre el que transcurre nuestra jornada diaria, y los artistas, por así decirlo “voceadores” del espíritu de su época, no se encuentran ajenos a reflexionar sobre ella, más bien al contrario. Un ejemplo ilustrador al respecto sería la película de Johnnie To exhibida en el certamen, Life Without Principle, donde el director hongkonés, sin abandonar el género noir prototípico de su filmografía, ni tampoco el aliento irónico que anima muchas de sus piezas, nos muestra a los personajes de su universo (policías, mafiosos…) inmersos en los devastadores efectos del estallido de la crisis. En realidad, delincuentes y agentes del orden, brokers y amas de casa, trabajadores y jubilados…, todos terminan por ser víctimas de especuladores y banqueros, de ahí que, sintomáticamente, el robo y el homicidio sean la recompensa destinada a los verdaderos autores del desaguisado, mientras que los tres personajes principales de la historia, en absoluto inocentes por diferentes motivos, pero desde luego menos culpables que los dirigentes del mundo, queden relativamente indemnes. Crítica al consumismo, al materialismo y al capitalismo feroz que impera en el planeta (ahí está la esclarecedora mención en el título al ensayo de Thoreau ), el filme salda de forma desigual tan compleja temática, y aunque posee momentos de suspense y drama dignos de aprecio –sobre todo, los que transcurren en el despacho de Teresa–, la fuerza de la temática y del relato se diluye al delectarse el guión en personajes secundarios que nada aportan al argumento o a la creación de atmósfera.

Life-Without-Principle

Sea como fuere, la película de To es sintómatica de un zeitgeist en el que incluso las personas –y los artistas– poco proclives a mirar su entorno con ojos críticos parecen haber despertado de la letargia o simplemente sienten la necesidad de apoyar los movimientos populares de repulsa a un sistema que está al borde del colapso definitivo. Por ello, Life Without Principle no ha sido la única en tomar el derrumbe económico mundial como motor argumental o como marco de la acción; y que el festival D’A haya logrado llevar a buen puerto la segunda edición de su certamen en un clima tan tempestuoso es motivo de regocijo para cualquiera que se precie de cinéfilo, puesto que el objetivo de esta loable propuesta es permitir la exhibición, en el medio que les es connatural –esto es, en las salas de cine–, de filmes que han restado inéditos en las pantallas de nuestro país, bien porque estén a la espera de estreno o distribución o bien porque solo se hayan podido divulgar en formato doméstico o en videoforums, museos y otros festivales.

Nacido de las cenizas del BAFF, el D’A perpetúa el espíritu divulgativo de su antecesor pero no centra su mirada en cinematografías del continente asiático, sino que hace una selección de autores de prestigio o jóvenes promesas de medio mundo, pudiendo focalizar su atención en realizadores de lugares tan próximos como Cataluña o tan remotos como Brasil. Además, en coherencia con su propia denominación, el D’A selecciona un director de carácter minoritario, poco o nada exhibido en España, para dedicarle una retrospectiva. De esta forma, si bien en su primera edición la elegida fue la filmografía, magnífica pero muy a contracorriente, del canadiense Guy Maddin, esta vez le ha tocado el turno a Claire Denis, una autora que solo ha contado con un único estreno comercial en nuestro país (Una mujer en África, 2009), pese al prestigio y la calidad de su obra.

Claire Denis

En puridad, constituye la “Retrospectiva” una de la secciones en las que se divide el festival, a la cual se le añaden “Direcciones”, donde se recoge una muestra del mejor cine de autor e independiente del período en curso (2011-2012); “Talentos”, con piezas de un número selecto de realizadores noveles o cuasi noveles; “Absoluto Riesgo”, donde se proyectan cintas que rompen de forma drástica con las convenciones del cine tradicional y optan por nuevos cauces discursivos, y “Autoría Catalana”, que permite al público acceder a la labor de una selección de creadores del propio ámbito geográfico del evento, en especial de aquellos cuyas propuestas arriesgadas dificultan su proyección en los circuitos habituales. También hay un grupo de composiciones que no forman parte de ninguna de las secciones, sesiones especiales a modo de preestrenos en los que se incluyen sendas películas de inauguración y clausura.

Por lo que respecta a la sección “Direcciones”, visto el compendio de películas seleccionadas y los autores que las firman, cabe señalar que ha sido, sin duda, el plato principal del menú del D’A, y no en vano a la misma ha pertenecido el único galardón que otorga el certamen, el Premio del Público, ganado por Sangue do meu sangue, de João Canijo, crónica de las cuitas de una familia humilde de Lisboa que mezcla los acentos melodramáticos (delincuencia, amores ilícitos, madre dominante…) con el realismo social, en la estela, por ejemplo, de Mike Leigh. En dicha sección, de hecho, se han aglutinado trabajos de directores de fama y trayectoria dilatadas junto a cintas de creadores de producción más reciente pero que cuentan igualmente con sólido prestigio o que se han convertido en autores de culto. Como muestra de la disparidad y variedad de las creaciones seleccionadas, se podrían citar las piezas emitidas de Terence Davis y Karim Aïnouz, dado que ambas narran las desventuras de dos mujeres abocadas al sufrimiento del desamor mediante dos opciones estilísticas y temáticas muy alejadas entre sí pero coherentes, efectivas y válidas para transmitir ese sentimiento de pérdida que ambas comparten.

Sangre do meuau

La primera de ellas, The Deep Blue Sea (de la expresión inglesa beetween the Devil and the deep blue sea, esto es, “entre la espada y la pared”), es una adaptación de la obra homónima de Terence Rattigan, un dramaturgo británico muy apreciado por el cine, puesto que, además de contar con varias adaptaciones de sus escritos (v. gr. Mesas separadas, La versión de Browning, El caso Winslow…), también fue guionista de éxitos como Adiós, Mr. Chips. Seguramente ello se explica porque sus textos, cargados de humor irónico y sátira de costumbres, pero también de una contenida sutileza dramática, están abiertos a múltiples interpretaciones, lo que hace que autores tan diferentes como David Mamet o Mike Figgis puedan hallar en ellos puntos de contacto con sus propios universos. En este sentido, la versión de Rattigan que lleva a cabo Davies pronto se inserta en los cauces propios de su filmografía, al constituirse en una nueva oda, de una sensorialidad apabullante, a la fuerza y a la resistencia individuales, en la que la soledad, los convencionalismos sociales y el peso del pasado vuelven a ser coordenadas básicas del relato, centrado en la figura de Hester (una magnífica Rachel Weisz), quien, en contra de la moral imperante en la Inglaterra de los años 50 y de su propia sensatez, apuesta por una relación adultera y abandona a su acomodado y afectuoso marido por un ex piloto inestable e inmaduro (encarnado por el sobresaliente Tom Hiddleston). El espléndido y operístico prólogo de apertura –una secuencia torrencial y sinfónica de imágenes sin continuidad narrativa y música desbordante que bucea en la mente de la protagonista en un momento crucial de su vida– es lo mejor de la cinta junto al brillante flashback en el metro londinense y la secuencia final, donde el estilo barroco e impresionista de Davies es domeñado por una emotividad sucinta y tensa, que plantea sin ambages el dilema irresoluble entre la estabilidad tediosa y la pasión destructiva.

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La otra película con una heroína en plena desintegración sentimental, O abismo prateado, del brasileño Karim Aïnouz, es una obra que bien podría tener el subtítulo, parafraseando a C.S. Lewis, de “una pena en observación”, pues sus 85 minutos ahondan en el proceso de duelo de su protagonista, Violeta, una mujer que, al recibir un súbito mazazo, vagará en busca de respuestas por una ciudad que no es la suya. El deambular como metáfora de la vida, así como el título, también simbólico, de la pieza (“el acantilado plateado”), serán reflejo de los impredecibles vaivenes de la fortuna, mientras que el instinto de supervivencia y la capacidad de superación se darán la mano con la angustia, la rabia y el dolor, y convivirán con naturalidad para trazar un certero retrato psicológico de una persona en estado de shock. Con un argumento mínimo y una factura notable, en la que sobresale su exquisita fotografía nocturna, y donde los objetos y los espacios adquieren una especial importancia, en tanto correlatos del estado emocional de su protagonista, Aïnouz da a luz una obra preciosista, elíptica y sugestiva, donde la canción de Chico Buarque de la que parte el relato, “Olhos nos Olhos”, encierra en su cadencia melancólica, pero también en su letra desafiante y orgullosa, la complejidad del desengaño amoroso y el triunfo de la voluntad. Sintomáticamente, la vuelta de Violeta al redil se producirá tras el revelador encuentro con unos desconocidos en los que paradójicamente se reconocerá, y coincidirá con el amanecer: todo un canto, como diría Darío, “de vida y esperanza”.

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En cualquier caso, de Jonathan Caouette a Bruno Dumont, pasando por Bertrand Bonello –cuyo L’Apollonide (Souvenirs de la maison close), retrato de un burdel francés de finales del siglo XIX, fue uno de los grandes éxitos del festival– y llegando a Christophe Honoré, en esta mezcolanza de estilos e intencionalidades que es el buque insignia del D’A, “Direcciones”, brillan con luz propia, por su calidad, originalidad y fuerza, tres filmes, dos de ellos realizados por autores de cimentado y merecido prestigio y otro a cargo de un director joven y pujante: me refiero a Once Upon a Time in Anatolia, Into the Abyss y Bestiaire.

Anatolia

En relación a la primera cinta, para quien esto escribe se cuenta entre las mejores proyectadas en la presente edición del D’A; avalada con el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes de 2011, Once Upon a Time in Anatolia es un melancólico y bellísimo cuento moral del director turco Nuri Bilge Ceylan. De hecho, desde su mismo título, la película ya incide en el carácter simbólico y apológico de lo narrado, ese “Érase una vez” referido, además, al nombre histórico y tradicional de su país. Con un estilo que aglutina la sencillez y la fisicidad de la existencia diaria con la espiritualidad poética que habita en el interior de la naturaleza y de nosotros mismos, Ceylan construye un sutil drama coral de visos existencialistas en el que se contraponen la vacuidad de las apariencias convencionales con la esencia remanente bajo ellas; una verdad difícil de aprehender, y por eso mismo misteriosa, potente y a menudo inquietante, dolorosa pero también liberadora. De ahí que la trama de thriller policíaco sobre la que se articula la narración no sea sino la excusa que permite reunir en torno a dicha investigación criminal a una disparidad de almas durante una larga noche de insomnio y su no menos dilatado amanecer. Resonancias de Tarkovski, Kiorastami, Malick e incluso Lynch conviven de forma natural con un humor cotidiano y una plasmación visual realista y antiretórica en esta absoluta maravilla capaz de entretener y mover a la reflexión y a la emoción y que, inexplicablemente, no ha sido estrenada en España a pesar de que otras piezas anteriores de Ceylan sí hayan gozado de distribución comercial en nuestros lares.

Into-the-Abyss

En cuanto a Into the Abyss, asistimos de nuevo a otro de los deslumbrantes documentales de Werner Herzog, un claro alegato en contra de la pena de muerte –nadie puede dudar de la postura del director alemán al respecto, pues él mismo la expresa verbalmente a los pocos minutos de la cinta– que, como es habitual en la obra de este realizador, escapa del panfleto y se eleva a la categoría de indagación de las complejidades del ser humano, tocado por la violencia y el odio, pero también por la compasión y el amor, lo que ya ilustra su revelador subtítulo: “Un cuento de muerte, un cuento de vida.” Intensamente emocionante y desgarrador, y con los característicos toques de amargo humorismo marca de la casa, traza asimismo una despiadada visión de la América profunda, donde el afán materialista por el lujo y las posesiones se combina con la inmadurez, la incultura y la pobreza, el fácil acceso a las armas y una soterrada paranoia colectiva que se refleja en la cantidad de muertes violentas, por accidente de tráfico, drogas o suicidio, vinculadas a la tragedia central, el caso de un triple homicidio cometido en Conroe, un depauperado pueblecito de Texas. En definitiva, una pieza de obligada visión para quien quiera comprender los abismos del alma humana y el modelo social imperante sobre el que estos se dibujan.

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La tercera joya es Bestiaire, del canadiense Denis Côté, una reflexión sobre el concepto de humanidad y su relación con el mundo que habita y domina, pero también un brillante ejercicio visual que indaga sobre la propia naturaleza del lenguaje fílmico. Con un dominio de los resortes cinematográficos sorprendente, Côté articula tan compleja temática mediante un atípico documental sobre el Parque Safari de Quebec, donde a la ausencia de diálogos se le suma una preeminencia semántica y simbólica del encuadre, dado que el filme está construido a través de un conjunto de sucesivos planos fijos que parecen encerrar a los diferentes animales del zoológico, a sus cuidadores y a los otros empleados del mismo (taxidermistas, animadores, recepcionistas…), así como a los visitantes que acuden a él. Y es que ya la espléndida secuencia de abertura de la cinta nos informa de que es la mirada individual la que opera una selección sobre la realidad, lo que en el medio en el que se expresa Côté equivale a decir la posición de la cámara y el montaje, y es precisamente la forma en como nos son presentadas las distintas imágenes lo que hace que la simple filmación de un conjunto de animales en un safaripark nos transmita angustia (los planos detalles de las inquietas patas de las cebras), comicidad (la aparición en los márgenes del encuadre del perfil de un avestruz), tristeza (el primer plano de la cara hierática de diversos búfalos africanos), etc. Por todo ello, esta obra minimalista y concisa deviene una muestra de la potencialidad que tiene el séptimo arte para la sugestión: cine en estado puro.

Por otro lado, sobre la sección “Talentos” se diría que el criterio de selección para las cintas que la han conformado –más allá, por supuesto, de la siempre implícita y sobreentendida directriz básica de calidad– ha sido la voluntad de ofrecer una panorámica lo más amplia y ecléctica posible de los nuevos talentos que podemos encontrar a día de hoy. Así, además de ser autores de tradiciones cinematográficas bien dispares (Corea del Sur, Francia, Argentina, Italia, Grecia, Rumanía, Australia…), las creaciones presentadas van desde películas de factura impecable (v. gr. Bullhead) hasta filmes que no ocultan su condición de producciones hechas con medios justos o escasos (v. gr. Donoma); desde ejercicios contemplativos (v. gr. Iceberg) hasta surrealistas reflexiones sobre la contemporaneidad (v. gr. L); desde autores que, pese a su exigua producción, ya gozan de un cierto prestigio, como Catalin Mitulescu, hasta revelaciones como Karl Markovics; desde realizaciones avaladas por diferentes galardones internacionales (v. gr. Snowtown) hasta composiciones que sobre todo se sustentan en el beneplácito de la crítica (v. gr. Sette opere di misericordia).

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Es precisamente este último largo mencionado una muestra perfecta del espíritu explorador que anima esta sección. Opera prima de Gianluca y Massimiliano De Serio, estamos ante una película exquisitamente dirigida que narra la cotidianidad de Luminita, una inmigrante ilegal de origen eslavo en una ciudad italiana, abocada a la criminalidad para sobrevivir. Obra claramente adscrita al realismo social, huye del cinéma verité al no hacerle ascos a vistosos recursos formales como la utilización de títulos superpuestos, travellings laterales, profundidad de campo, etc. De esta forma, si bien el espíritu que anima la pieza no esconde la influencia de los hermanos Dardenne, puesto que, como en sus realizaciones, los marginados, los perdedores y los olvidados se revisten de una dignidad moral casi heroica, Sette opere di misericordia, en cambio, se haya formalmente más próxima, pongamos por caso, a la estilización visual de Andrea Arnold o de la propia Claire Denis. Así, podría verse el filme de los hermanos De Serio como la criatura de unos aventajados alumnos de los directores belgas, capaces de añadir al universo de sus maestros cierta plasticidad esteticista y no pocas dosis de amarga ironía. Es, en consecuencia, un trabajo primerizo cuya calidad invita al espectador a interesarse por la futura trayectoria de los De Serio… Y aquí está precisamente la clave, el propósito, el objetivo de la sección “Talentos”.

Sette operi

En este sentido, ni siquiera hace falta que la obra sea tan excelente como la descrita para que despierte interés y curiosidad hacia su autor. Y como muestra de tal afirmación, la cinta Los viejos de Martín Boulocq, la cual, a pesar de encontrarse lastrada por una excesiva acumulación de recursos formales demasiado vistosos como para pasar desapercibidos –véase, por ejemplo, el abuso de la lente angular–, es una reflexión sutil y poética sobre el paso del tiempo, la memoria, el amor y el perdón, donde la potencia del estilo visual dota de intensidad y belleza al exiguo argumento, el reencuentro familiar como metáfora de una (im)posible reconciliación nacional y generacional. En definitiva, una película que cala lentamente en el ánimo del espectador y seduce mediante su narrativa pausada, hipnótica y simbólica, cercana a Sokurov y al cine independiente tailandés.

La siguiente sección del D’A, “Absoluto Riesgo”, amalgama un conjunto de propuestas visuales que van en contra de la narración cinematográfica clásica, y con ello no me refiero tanto a la violación del MRI acuñado por Noël Bruch, sino a otra nueva vuelta de tuerca al MRM y al cine posmoderno, lo que se articula en diferentes grados según las diferentes propuestas. En su pico más álgido, de hecho, algunos de los filmes proyectados ya insinúan una sensibilidad que se ha dado en llamar post-posmodernista o metamodernista. Muestras de ello son el documentalismo nada convencional de Self made (Gillian Wearing, 2001) y, sobre todo, de Ensayo final para utopía (Andrés Duque, 2012), así como la ausencia narrativa y la repetición semiótica de las imágenes de Buenas noches, España, pieza del directo filipino Raya Martín.

Buenas noches España Raya Martin

Por lo que se refiere a esta última, aunque algunos autores no hacen distinción entre el cine y cualquier otra forma de expresión artística que implique imágenes en movimiento (y, de hecho, la responsable de Self made es una artista conceptual), para quien esto escribe Buenas noches, España es, antes que nada, un ingenioso videoarte, muy inspirado en el formato, los trucajes y los colores del cine mudo, que reflexiona sobre la relación de España con sus colonias (en este caso, y obviamente dada la nacionalidad del autor, con Filipinas), mediante el lisérgico –y posiblemente astral– viaje por España de una pareja, que culmina con su descubrimiento de la obra del pintor Juan Luna y Novicio en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y su teletransportación a la luna (inevitable no pensar en Méliès): toda una paroxística metáfora sobre la liberación de la madre patria y la comprensión de los individuos frente a la intolerancia de las maquinarias estatales.

Más ajustados a los cauces del séptimo arte que a propuestas artísticas en formato fílmico, encontramos El alma de las moscas, la opera prima de Jonathan Cenzual, así como la narración fragmentaria de Amanecidos de Yonay Boix y Pol Aregall y el relato buscadamente enigmático de Diamond Flash, a cargo de Carlos Vermut. Precisamente la (aparente) opacidad de esta tercera película obliga a aclarar que evidencia los antecedentes del director madrileño como guionista e ilustrador de cómics de autor, de ahí la importancia que da a los diálogos, los rostros de los personajes, los encuadres o la trama abierta, desfocalizada y desestructurada pero aglutinada en capítulos; de ahí, también, la influencia que atestigua de una obra fundacional de este tipo de filmes incontestables en cuanto a realización pero marcados por la más absoluta vacuidad temática (y ojo que no lo digo como un reproche): me refiero, obviamente, a Pulp Fiction. En realidad, Diamond Flash podría definirse como una historia de superhéroes sórdida y violenta en la que justamente el justiciero que da título a la obra es el personaje menos importante de la misma, mientras que la víctima de los “villanos”, los propios “villanos” y la siempre imprescindible enamorada del heroico enmascarado adquieren un protagonismo central. En definitiva, una nueva muestra de las virtudes, pero también de los vicios, del pastiche posmoderno que muchos intentan en vano practicar tan bien como Tarantino o Park Chan-Wook. En cualquier caso, y con independencia del saldo desigual de la pieza, tras su aclamado corto Maquetas Vermut ha logrado confirmar con este su primer largometraje sus sobradas dotes tras la cámara.

Diamond flash

Por lo que respecta a la sección “Autoría Catalana”, además del interés que tiene Puzzled Love como vehículo para descubrir y promocionar a nuevos talentos de la cinematografía nacional, pues se trata de una obra narrada en trece episodios, cada uno a cargo de un estudiante de la ESCAC, destaca con luz propia la espléndida El senyor ha fet en mi meravelles de Albert Serra.

En efecto; según nos tiene acostumbrados el autor gerundense, en esta cinta rodada en formato digital y al amparo de las “Correspondencias Fílmicas” auspiciadas por el museo CCCB, lo que en principio es una suerte de película sobre un rodaje termina por constituirse en una nueva indagación de Serra sobre el (sin)sentido de la vida, esta vez con visos documentales, al introducirse él mismo y algunos de los actores de Honor de cavalleria como personajes del relato. De hecho, nos hallamos ante una pieza que encaja a la perfección con su producción anterior, pues está marcada por la idea del camino sin rumbo aparente y, lo que es peor, sin retorno, donde la soledad y lo que la alivia (el amor, la amistad…) vuelven a ser temas de fondo, pese a que el spleen existencial que era leitmotiv de sus trabajos previos cede el testigo a su característico humor socarrón y absurdo y a la violentación anárquica de los recursos discursivos. Como ejemplos de ello, citar el hecho de que sus más de 140 minutos estén constituidos por un conjunto de planos fijos, pese a lo cual haya un vistoso travelling lateral sin propósito narrativo al final de una escena, mientras que la secuencia de cierre del filme capture el devenir del paisaje desde la furgoneta en que se transportan; o el atípico uso del sonido directo, velando a veces las palabras de la figura en primer término y dando importancia a las que están en segundo e, incluso, a los ruidos ambientales; por no hablar de la sobresaliente preeminencia del fuera de campo, verdadero protagonista de la cinta, que continuamente evidencia su paradójica condición de improvisación ensayada o de artificio radicalmente libre. Ante ello, se patentiza la visión irónica del autor respecto a lo narrado, incluso cuando se deja emocionar por ello –véase la bella secuencia junto al río o la conversación final en el hotel– y hace de esta obra atípica una suerte de making-of de una película que nunca llegará a precisarse.

El Sr. ha fet

Finalmente, junto al corto de Carles Congost, Paradigm, tres filmes constituyeron los pases especiales: Un amor de jeunesse, ya estrenada en nuestro país con el título de Primer amor, de Mia Hansen-Løve; Profesor Lazhar, de Philippe Falardeau, nominada al Óscar de Mejor Película de habla no inglesa, de estreno inminente, y Stopped on Track, de Andreas Dresen, galardona en Cannes 2011 con el premio Un Certain Regard, pero, pese a ello, sin fecha de estreno.

A decir verdad, no deja de ser sintomático que, de los pases fuera de concurso, sea precisamente la cinta de Dresen la que, de momento, vaya a permanecer inédita en nuestras salas; y es que tanto Primer amor como Profesor Lazhar son obras mucho más accesibles, más cómodas si se quiere, para el público, y por tanto más susceptibles de recibir el interés de las distribuidoras y los exhibidores, mientras que Stopped on Track, por el contrario, es un contundente drama sobre la decadencia de un enfermo terminal y los estragos que su enfermedad –un tumor cerebral– irá causando en su cuerpo, su mente y su ánimo, así como en sus allegados. Con la clara voluntad de diluir su condición de artificio artístico y buscar una sensación de realismo a ultranza, el realizador alemán emplea el formato digital y rueda sin un guión estipulado, apoyando la fuerza del relato en las interpretaciones, aún más encomiables teniendo en cuenta el alto grado de improvisación que hay en ellas. Ello explica, pues, la importancia capital del primer plano a lo largo del discurso y que la cámara se entremeta en la cotidianidad de la familia como un espectador de viva curiosidad pero callado y respetuoso. Y si a ello le añadimos el hecho de que Stefan continuamente registrará en su iPhone reflexiones sobre su vida y sobre su agonía, contaremos con unas filmaciones caseras que acrecentarán el efecto verité de la película. No por casualidad, incluso sus delirios adoptan la aséptica apariencia de distintas formas de representación fílmica: un programa televisivo, un vídeo de su smartphone… Ni que decir tiene que la obsesión de Stefan de grabarse a sí mismo y a quienes le rodean responde a la compulsión de sobrevivir, de quedar fijado en el tiempo y poder existir en esas imágenes legadas a sus hijos, lo que también supone una hábil descripción de la sociedad en la que vive –y en la que va a morir–, donde la propia intimidad es materia de espectáculo. A la postre, Stopped on Track deja constancia de cómo las insignificancias del día a día, la rutina y las convenciones sociales tejen en torno a nosotros una red de quimeras que nos alejan del verdadero sentido de la existencia. ¿Y dónde se halla este, cuál es? En coherencia con el discurso seco, lúcido y directo del filme, Dresen no da ninguna respuesta precisa, aunque se asemejará a la risa, al amor y a la belleza única y efímera de los copos de nieve.

Stopped on track

Cambiando de tercio, no puedo sino detenerme a comentar brevemente algunas películas en mi opinión sobrevaloradas o decepcionantes. La primera de ellas, en la que la crisis tiene también una presencia relevante, es la TV movie Radiacions, de Judith Colell, cinta que no termina de funcionar, y no por su condición de telefilme, pues la factura de la misma, aun sin que parezca una producción de, por poner un caso paradigmático, la HBO, es más que notable para una televisión autonómica. El gran problema de la obra radica en el hecho de que es una “pieza de cámara” apoyada en el texto y las interpretaciones, y si bien los dos actores que llevan casi íntegramente el peso de la narración interpretan de forma impecable sus roles, es el libreto lo que lamentablemente hace zozobrar el proyecto. Ni siquiera el buen hacer de Colell, que imprime una sutil melancolía a cada uno de los planos, logra paliar la sensación de artificiosidad que transmiten los diálogos. Y es que el discurso político resulta demasiado obvio, demasiado impostado, y ahoga la verosimilitud de los personajes y de la trama, cuyo inesperado giro final, además, no parece responder a ninguna dinámica interna, sino al deseo de epatar gratuitamente al espectador. Solo lo relativo al personaje de Marta, irónicamente el mejor construido de la historia pese a que nunca aparecerá en pantalla, resulta sólido y creíble; una pena para Colell, Rañé y Orella, dignos de mejor causa.

El Estudiante

Otra de las decepciones atañe a El estudiante de Santiago Mitre. Gran triunfadora en el Festival de Gijón de 2011, al ser galardonada con los premios a Mejor Película, Mejor Guión y del Jurado Joven, y precedido por excelentes críticas, el filme describe el proceso de ascenso de su joven protagonista dentro de los círculos universitarios más activos y concienzados de Buenos Aires y su evolución desde la fe hasta el desengaño; un bildungsroman en toda regla sobre los usos de la política, constituido básicamente por un conjunto de secuencias que recogen conversaciones entre dos o más personajes. Teniendo en cuenta que en la pieza el diálogo es prácticamente continuo y omnipresente, hay que aplaudir sinceramente la labor de su realizador, que dota de dinamismo, amenidad y ritmo un guión denso y estático mediante la utilización de técnicas consolidadas dentro del cine social (realización digital, cámara que acompaña o persigue a los personajes…). Sin embargo, una vez terminada la cinta, y ya satisfecha la evasión y el entretenimiento, la conclusión última no deja de ser una obviedad, y el espectador se queda con la sensación de haber asistido a un espectáculo perfectamente orquestado cual si se tratara de una obra de tesis que, a la hora de la verdad, pasa de puntillas por el tema tocado, constituyéndose en poco más que una arenga bienintencionada pero pueril.

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Cierro este apartado con la mención de Weekend, de Andrew Haigh; propuesta sencilla y honesta, relata una historia de amor entre dos hombres durante un fin de semana. La temática gay y la limitación temporal en la que se desarrolla, junto a la austeridad de medios de la pieza, un guión preñado de situaciones y diálogos cotidianos y creíbles y una dirección sucinta, directa y trasparente, hacen de ella una simpática comedia dramática de tonos indies, muy agradable de ver… pero en el fondo tan convencional que es decididamente fácil de olvidar.

En otro orden de cosas, comentario aparte merece lo que calificaría de “anecdotario” del pasado D’A, cuya condición de certamen modesto y pequeño, así como su juventud, no han propiciado grandes problemas de organización, seguramente por la experiencia adquirida con el BAFF. Junto a la proximidad y el buen trato de sus responsables, es de agradecer la participación de algunos de los autores de las películas, quienes asistieron al pase de las mismas mayoritariamente para ilustrar al público sobre el porqué de la existencia de la obra, sobre su génesis y sobre su intencionalidad. Y aunque no pretendo desmerecer en ningún momento la presencia de otros directores –Dios me libre–, no puedo sino destacar la fulgurante intervención de Albert Serra, puesto que, además de un realizador con una voz tan única como admirable, es un comunicador nato que despliega su carisma con inteligencia y humor. Igualmente, el festival contó también con las presentaciones a cargo de diferentes representantes de la prensa especializada, una idea encomiable pero más adecuada para un debate posterior a la proyección, dado que, además de los inevitables (e indeseables) spoilers, las intervenciones de la crítica condicionaron en exceso la mirada del público, lo que mermó la capacidad de análisis, reflexión y sana disensión de los asistentes.

Serra

Por lo demás, y retomando el punto de partida del artículo, la segunda edición del D’A coincidió con el puente del Día del Trabajo. Como el cine barcelonés donde tuvo lugar, el Aribau Club, se encuentra en la céntrica intersección de la calle Muntaner con la Gran Vía de les Corts Catalanes, quienes asistimos a la sala el día 01 pudimos ver el despliegue policial llevado a cabo por las autoridades ante los desfiles conmemorativos habituales de la fecha. Y asombraba tristemente constatar que había más mossos antidisturbios y agentes de la secreta que manifestantes: una cobertura que parecía más propia de una amenaza terrorista que de un simple 01 de mayo; incluso la parada de metro de Universidad, la más cercana a la sala del cine del D’A, había sido inhabilitada, en tanto epicentro de las marchas.

Se dice que la realidad supera la ficción; el exagerado despliegue de las fuerzas del orden fue sintomático de un estado social enrarecido, una muestra amarga del caldo en el que todos estamos macerándonos, también los propios organizadores del D’A Festival Internacional de Cinema d’Autor de Barcelona. Inmersos en un modelo social que, no hay que dudarlo, ya ha entrado en una definitiva decadencia, andamos perdidos en busca de valores a los que asirnos o de respuestas que nos guíen hacia el futuro. Y es en momentos como estos cuando el arte, más que nunca, adquiere preeminencia; desde la indagación social o existencial, busca sentido en el caos y sirve de asidero ante la desesperación. Por esta razón, es justamente el arte más comprometido, el menos adocenado, el que se aleja voluntariamente de los viejos patrones y las conductas caducas, el que deviene nuestra luz en un mar de incertidumbre y tinieblas. Y mientras existan certámenes como este, empeñados en acercárnoslo, seguirá existiendo la esperanza de poder todos juntos encontrar un nuevo camino, más humanitario y lúcido, alejado de los excesos materialistas y ególatras de nuestros códigos moribundos. Esperemos que, en el camino hacia un mundo mejor, las víctimas sean las mínimas, pues de poco vale un paraíso construido en base al sufrimiento ajeno.

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