«La danza del polvo en los rayos del sol» (1900)

Autor de una obra de belleza tan serena y sutil que roza lo enigmático, Vilhelm Hammershøi llevó a cabo su creación pictórica básicamente en su ciudad natal, Copenhague, a caballo entre los siglos XIX y XX. Sin embargo, el espíritu de sus pinturas refleja el mundo edénico -y algo decadente- anterior a la Gran Guerra, cargadas como están de una sensualidad simbolista tamizada, y sublimada, por una austeridad y una contención plenamente escandinavas.
La danza del polvo en los rayos del sol es uno de mis cuadros favoritos; considerado entre los diez imprescindibles de la pintura nórdica, el protagonismo de la luz, la amplitud del espacio y la difuminada presencia de los colores, plasmados en su expresión más suave, despiertan en el ánimo del espectador una sensación de soledad y arrobamiento que a la par le recuerdan el milagro de la Creación y la ineludible fugacidad de la existencia humana. Sin predicar. Sin dramatismos: solo con la fuerza de la mirada desnuda.

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