«Los hombres que miraban fijamente a las cabras»: El retorno de los Jedis

Ya lo dice un famoso verso del Poema del Mío Cid: “Dios que buen vassallo si oviesse buen sennor”. O con un lenguaje menos medieval: un material tan complejo y atractivo como el contenido en el ensayo Los hombres que miraban fijamente a las cabras del periodista británico Jon Ronson –que él mismo se encargó de convertir en un documental de tres episodios para Channel 4, Crazy rulers of the World– merecía un maestro de la comedia negra tras las cámaras.

THE MEN WHO STARE AT GOATS

Por desgracia, su adaptación fílmica es el vehículo de debut en el largometraje del actor Grant Heslov, quien, pese a haber dirigido anteriormente un corto y varios episodios televisivos, denota una clara inexperiencia para manejar los tempos del relato, tan vitales en una comedia, de manera que no le da a las situaciones humorísticas el enfoque requerido, el espacio suficiente para respirar, para ascender, para eclosionar, no les dota del ritmo que propicie la anticipación jocosa y su llegada a un clímax de hilaridad. Así, momentos muy ingeniosos como el adiestramiento de Clooney hacia un patidifuso McGregor pierden gran parte de su potencial a base de planos mal elegidos y de una visión impersonal y meliflua sobre lo narrado.

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Con todo, si a pesar de sus carencias el visionado de la cinta transcurre con agrado, es debido seguramente a las excelencias del material de partida y al carisma de su elenco, un grupo de actores que, con absoluta honestidad y lucidez, se autoparodian al asumir deformaciones cómicas de los roles que les han hecho más famosos entre el gran público –véase a Kevin Spacey de villano inteligente y retorcido; a Jeff Bridges en un remedo de su inolvidable El Nota; a Ewan McGregor como aprendiz de caballero Jedi (sic)… –. Su presencia y sus dotes para la comedia subsanan las limitaciones de una dirección incapaz de aprovechar la ironía de algunos de los pasajes de Peter Straughan, quien adapta el libro de Ronson bajo una premisa que, hasta cierto punto, rebaja gran parte de su efectividad. Me refiero a la decisión de convertir un texto no ficcional, inspirado en testimonios y documentos reales, en una pieza de contenido novelesco, articulada en torno a una leve trama de intriga, esto es, los descubrimientos que lleva a cabo el joven periodista Bob Wilton (McGregor) al topar por casualidad con el entrañable Lyn Cassady (Clooney), ex miembro de un antiguo cuerpo secreto del ejército estadounidense dedicado a unas extrañas tácticas de combate.

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Evidentemente, semejante transformación discursiva responde tanto al deseo de dar unicidad a la heterogeneidad de elementos que contiene toda investigación periodística como a la voluntad de acercar a una audiencia masiva una historia con grandes dosis de crítica política y sociológica, y de comicidad marciana y surrealista. El saldo global de ello, por lo demás una cinta relativamente entretenida, bienintencionada y simpática, con incluso alguna secuencia resultona (v. gr. el enfrentamiento en la gasolinera), es la constatación de que forma y fondo están perfilados a medio gas.

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En cualquier caso, lo que más destaca del filme es su mensaje de fondo, la visión negativa sobre el vergonzoso papel jugado por Estados Unidos en la instigación de la Guerra de Irak; una guerra cruenta e innecesaria –si es que existen guerras que no lo sean–, promovida por intereses descaradamente económicos. Dicha temática enlaza con el pensamiento liberal norteamericano, que en la última década tiene a Clooney (no por casualidad, productor de la película) como uno de sus estandartes.

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Que desde Hollywood se critique la política de su gobierno siempre es de agradecer, aunque Los hombres que miraban fijamente a las cabras peca de un didactismo progresista en exceso infantil y obvio. Sin embargo, merece la pena soportar la edulcorada y banal visión que a la postre da la obra (hecha, tengámoslo en cuenta, para el público medio americano, de perfil adolescente) para quedarnos con su idealista conclusión: si el planeta es como es, un lugar en el que las personas actuamos, vivimos, morimos y casi sentimos y pensamos según unas reglas que nos imponen los poderosos, revelarse es un deber humano y ético. Tal vez no cambiemos nada; tal vez seamos ingenuos; pero, como dice el personaje de Ewan McGregor, “hoy, más que nunca, el mundo necesita caballeros Jedi.” Ahí queda dicho.

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