Como ya le pasara a Kafka, otro ilustre judío de origen eslavo y producción en lengua alemana, Elias Canetti sigue publicando póstumamente; empero, si bien es famoso el hecho de que fue Max Brod el responsable de dar a la luz la mayoría de las obras de su difunto amigo en contra de sus deseos, las disposiciones testamentarias del escritor búlgaro responsable de El otro proceso de Kafka –en explícita deuda al magisterio del praguense– indican que sus archivos personales no sean abiertos hasta 2024 para ir publicando escaladamente el resto de sus obras inéditas.
Concomitancias a parte, lo cierto es que la producción de Canetti bebe tanto de las novelas filosóficas de otros autores germanos como Thomas Mann, Robert Musil o Hermann Broch, o de los ensayos de Walter Benjamín y Karl Kraus, como de las fantasmagorías de Franz Kafka. Además, Canetti se distinguió por un multiculturalismo que pronto trascendió las fronteras, idiomáticas y físicas, de su ciudad natal, Ruse. Con el ladino y el búlgaro como lenguas de su infancia, y el inglés y el alemán como lenguas de su edad adulta, Canetti encarnó al intelectual cosmopolita por excelencia, desgajado de sus raíces pero nutrido por muchas otras, cobijado bajo una perspectiva integral del mundo, lo que justifica la vigencia y relevancia de su obra en nuestro presente, marcado por la globalización, léase un capitalismo frenético que nos ha moldeado en la indefinición, la atonía y la uniformidad de pensamiento.
El Libro de los muertos, publicado en primicia mundial el pasado febrero por ese canto de amor a la bibliofilia que es la editorial Galaxia Gutenberg, es una nueva constatación del carácter universalista, polígloto y caleidoscópico que configuró la psique y la producción de su creador, así como un recordatorio de la aparente paradoja que supone que los textos de Canetti devengan unas “obras completas” en permanente estado de pausa. Porque, de hecho, esta voluntad de seguir legando, ya fallecido, nuevos escritos a la humanidad, enlaza con la temática del libro, una pieza que reflexiona sobre la muerte pero que, sobre todo, pretende erigirse en estilete en contra de la misma. ¿Y de qué instrumento más idóneo puede valerse un escritor para vencerla sino es seguir publicando nuevas páginas, a pesar de yacer en la tumba desde 1994?
Dado el carácter caótico, fragmentario, provisional y onanista que tiene el volumen, el lector debe adentrarse en él con la mente abierta, consciente de que se trata de un avistamiento a una opera magna inconclusa de su creador, un work in progress plasmado en un conjunto de sentencias, anécdotas, notas argumentales, citas e impresiones recopiladas a lo largo de más de cinco décadas. Reuniendo materiales en alemán, inglés y francés, los fragme
ntos han sido estructurados en ocho partes por los editores, en virtud de cómo aparecían aglutinados o denominados en los propios manuscritos de Canetti, y ordenados por fechas. Sin embargo, todos se hallan traspasados por una análoga visión de la muerte, que combina la crítica humanitaria ante la guerra, la violencia, el crimen o la injusticia social (característica del autor de Masa y poder) con una angustia existencial de estirpe clásica (la vida como valle de lágrimas, la absurdidad de las empresas, las penas y las glorias humanas…) y con un sentido del humor lúcido y perspicaz que sirve de contrapunto al enjundioso tema del libro y facilita un distanciamiento que, de no producirse, conduciría a un patetismo abrumador.
Precisamente en ello estriba toda la fuerza del ejemplar; en vez de dejarse llevar por el atávico horror ante la muerte, el autor decide adoptar una posición racional, escéptica y analítica respecto a ella, como si su carácter de única seguridad de la existencia también pudiera ser relativizado (en una paráfrasis laica, por así decirlo, del soberbio Soneto Divino X de John Donne). De ahí las alusiones a culturas ancestrales y/o exóticas con un concepto de la muerte muy diferente al occidental, o la mención a las distintas promesas de trascendencia que otorgan las religiones mayoritarias.
El miedo a la nada y el deseo rebelde de permanencia, atemperados ambos por una inteligencia pragmática y una conciencia de colectividad humana, en la cual el yo no puede salvarse sino es en el nosotros, hacen de este volumen un texto sólo apto para quienes deseen mirar de frente las grandes cuestiones de nuestra existencia y suscribir honestamente el propósito expreso del escritor: “El objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida, es conseguir la inmortalidad para los hombres”.