Nuestras pantallas tienen la fortuna de proyectar actualmente Poesía, la última cinta del realizador surcoreano Chang-dong Lee, quien, tras una notable trayectoria de novelista, inició su carrera fílmica ya en la cuarentena. Semejante bagaje literario se aprecia en la sutileza, la madurez y la inteligencia del guión que asimismo firma (merecidamente premiado en la pasada edición del Festival de Cine de Cannes), así como en su capacidad para ilustrarlo visualmente de manera idónea, merced a unas imágenes emotivas y bellas que respetan la sencillez y la honestidad de la trama y los diálogos.
La película, a través de la indagación de las relaciones entre el arte (en este caso, la poesía) y la vida, deviene un bellísimo drama sobre el paso del tiempo, la fugacidad del momento y la inestabilidad de nuestras seguridades. Se centra en el periplo cotidiano de Mija, una mujer de 65 años encarnada de forma magistral por la veterana actriz Jeong-hee Yoon, a la cual la vida va a cambiarle de forma drástica por tres motivos: una irreversible tragedia familiar; la recuperación de un viejo anhelo de juventud, y una enfermedad que viene a arrebatarle lo único que ya prácticamente le queda.
A lo largo de sus 139 minutos de duración asistimos a un retrato femenino sensible y exquisito, que hace de Mija una de las grandes –y sufridas– heroínas prototípicas del cine de autor (hay algo de Gelsomina o Juana de Arco en su candor), mientras que, como en los clásicos de De Sica o Imamura, se constata la soledad de las personas al llegar a la ancianidad, cuando dejan de ser productivas e independientes y amenazan convertirse en una carga para sus familias. Y en una sociedad como la descrita en Poesía, abocada a la superficialidad de las apariencias y al ficticio goce de una eterna adolescencia, la tercera edad no es vista como la depositaria de la sabiduría que otorga la experiencia, sino como una rémora del pasado. Mija pertenece a un mundo acabado, a una generación que vivió una convulsa posguerra y que ha sabido luchar y sacrificarse, y que por eso mismo es capaz de apreciar las cosas importantes de la vida, de ver la belleza de un rayo de sol entre las copas de los árboles y de empatizar y compadecer a sus semejantes. Pero ahora impera el egoísmo, la exhibición presuntuosa, el consumismo sin mesura y la impaciencia. Sólo a través de enfrentarse a su propia conciencia, en parte gracias a su quijotesco gesto de apuntarse a un taller de poesía, Mija podrá rebelarse contra ese entorno decadente y hacer al final dos actos admirables, con una gran carga de moralidad, responsabilidad y amor.
La palabra gravita en el centro del relato: es un diario personal lo que desencadena el conflicto argumental; es el deseo de escribir poesía lo que llena de ilusión los días tumultuosos de Mija; es la voz acallada de una víctima la que es finalmente dignificada; es la incomunicación o el silencio lo que comparte la protagonista con su hija y su nieto; es la incapacidad del otro personaje anciano de la historia para hablar; es el vocabulario lo primero que va perdiendo Mija con su dolencia, y es, en fin, su nombre en boca de su hermana el recuerdo primigenio que atesora, el momento más feliz de su vida. Todo ello constata que nuestra memoria y, con ella, nuestra humanidad, radica en el don denominador y connotador, creativo y creador, del verbo.
De ahí que Poesía, en medio de la tristeza de una narración que cuenta incluso con detalles sórdidos (v. gr. violación, chantaje, suicidio…), se convierte en una reflexión sobre la esencia de la divinidad que radica en los seres humanos. Lee logra desplegar este discurso de una forma realmente admirable, gracias a la aparente simplicidad de lo narrado y a un tono contenido que implica al espectador, que lo conmueve y aun entretiene. El trayecto de Mija desde el autoengaño del superviviente a la lucidez del moribundo deja constancia de la grandeza del hombre, ese ser extraño, complejo, capaz de superar las limitaciones de su propia naturaleza y, sin embargo, sometido a ella más brutalmente que cualquier otro ser vivo.
¿Qué es la poesía? ¿De dónde nace? ¿Para qué sirve? Decía Rimbaud que es el arte de consagrar y trascender la experiencia y, con ella, las personas que la viven y el mundo donde ésta tiene lugar. Como la poesía, este filme nos recuerda cuánto hay de sagrado en la humanidad.