«El capital» de Costa-Gavras

El avezado director Costa-Gavras vuelve a la palestra de la actualidad fílmica con su última cinta, El capital, una obra que sigue redundando con oficio e inteligencia en la concepción combativa y didáctica de su cine, a pesar de que, esta vez, el planteamiento formal adoptado por el autor griego, en el que el personaje interpretado por Gad Elmaleh es simultáneamente protagonista y comentarista de la acción, no funciona adecuadamente, ni como recurso cómico ni como agente objetivador, de forma que termina por propiciar un tono impostado y artificioso que lastra la calidad global de la propuesta.

El capital 1

Aun con este defecto de base, estamos ante un título de todas formas interesante y recomendable, que vale la pena visionar siquiera por su amenidad, su perspicacia y su mensaje de fondo, esto es, una advertencia del potencial envilecedor del dinero y, por tanto, de la baja talla moral de los hombres que dirigen el planeta. De hecho, desde su mismo título, la obra no pretende andarse con ambages ni esconder cuáles son sus intenciones, al contrario; con un sarcasmo tan ácido que por momentos resulta hasta doloroso, asistimos a una exhibición inmisericorde de los mecanismos de poder que rigen nuestra realidad globalizada y, tras estos, y de manera más concreta, de las motivaciones de los hombres que los construyen, los mantienen y los pueblan.

El Capital 2

Asimismo, la película, para evitar constituirse en un simple panfleto contra la podredumbre ética de los amos del mundo, opta hábilmente por sumergir al espectador en la psique de uno de estos hombres, Marc Tourneuil, un producto de la burguesía media liberal (nacido en el seno de una familia de veterinarios y profesores) que, por un golpe de azar, queda al frente de la corporación financiera Phenix, momento a partir del cual deviene una nueva víctima de ese “capital” que da título a la obra, completamente ebrio con el prestigio y el poder que el dinero le proporciona.

El Capital 5

De una forma sin duda esquemática, cuando no abiertamente maniqueísta (véase la caracterización de Gabriel Byrne, un verdadero demonio de sonrisa campechana), el resto de personajes del filme sirven únicamente, o bien para ilustrar algunos comportamientos del protagonista o bien para darle réplica o ejercer de antagonistas, y hacer avanzar así la acción.

El Capital 3

Al respecto, resultan ilustradoras las relaciones sentimentales, también con un decidido aire de afectación, que Tourneuil mantiene durante la cinta con tres mujeres, cada una de ellas encarnación de una parte de su propia personalidad: Diane (Natacha Régnier), su amante esposa, que estaría vinculada a su empatía y su compasión; Maud (Céline Sallette), una joven y brillante empleada, expresión de su inteligencia y su sensatez, y Nassim (Liya Kebede), una exótica modelo, compendio de sus instintos más básicos. Tanto Diane como Maud tomarán por Marc la decisión humana y ética que él, dentro de una espiral de complejos, avaricia y competitividad, será incapaz de asumir, mientras que Nassim le servirá para reafirmarle en su perversa idea que todo se compra con dinero.

El Capital 4

Con un ritmo ágil y dinámico y una encomiable claridad expositiva de una materia tan árida para el profano como son los tejemanejes financieros, la película funciona a guisa de enrevesada intriga palaciega con final sorpresivo incluido (seguramente, características todas estas ya presentes en la novela de Stépahne Osmont de la que parte) y no deja tregua para el aburrimiento pero tampoco para una reflexión de mayor calado, más allá de la indignación catárquica ante la psicología mórbida y patética de unas personas entregadas a la acumulación compulsiva de dinero y que, por un statu quo completamente anómalo y viciado, son justamente las que dominan el mundo.

El Capital 6

Lúcida, sarcástica e incisiva, El capital es una cinta que debería ser obligatoria para niños y adolescentes, así como para aquellos adultos que siguen ciegos a la realidad y aún creen en la soberanía de los pueblos, la promoción social mediante el trabajo esforzado y honesto y la justa recompensa a las capacidades de cada cual, todo ello entelequias en una sociedad tan profundamente enferma como la nuestra; una sociedad, parafraseando al propio Tourneuil, “a punto de estallar”. Amén a eso.

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