«El Dragón existe»

«Dragon Jar and Tangerines (Jarrón con dragón y mandarinas)», cuadro de Nicole Klassen.

El Dragón existe.
Vive agazapado
en la cueva de hueso
y pelo
que poseo.
Tiene larga la espalda.
Ocupa, retorcido,
todo el espacio,
miden sus escamas el lugar;
se hienden y alzan en surcos
y cisuras;
la columna se le aplasta en giros
contra el techo:
quema al respirar.
Rezuma la cavidad
con su aliento,
y el vapor se licua más abajo,
agua salada
del pedernal.
El Dragón existe.
Vive pasivo
en espera
que se hunda
el suelo
a su paso espiral.
Se alimenta de dudas,
del fin del valor,
de la soledad.
Como es tan sabio,
se limita a mirar.
Y es que no sabe
de un Príncipe Azul
que está por llegar.
¿Será un héroe
armado
que la guarida penetre
y al monstruo lancee
hasta hacerlo olvidar?
¿O quizá
la cal limpiadora
de una cuchilla,
de una enfermedad,
o de alguna droga,
que arrase su hogar?
El Dragón existe.
Vive de prestado
en el hueco
que aguanta
mi cuello.
No puede salir,
nunca está quieto;
protesta por ello,
y emite un eco
cada rugido,
que a ambos lados
retumba
sin fin.
Justo a la entrada
de su morada
la fiera descansa su masa
gris;
un viento pasa
por dos ventanas
que con sus garras
intenta tapar,
brisa que evoca
un tiempo pasado,
en que el Dragón
era feliz.
Todo se acaba.
Pronto el Príncipe
–cuál de ellos–
vendrá;
y no existirá el Dragón
para volver a dolerme
con su maldita razón.

© Elisenda N. Frisach

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