«El impostor» de Bart Layton: ¿el ‘thriller’ justifica los medios?

La gran baza del filme El impostor es asimismo su principal talón de Aquiles, dado que nos encontramos ante un documental que estructura y dosifica la información como si de un thriller se tratara, de forma que cuanto se nos muestra está orientado a un clímax final que, en teoría, ha de dar respuesta a las tres grandes incógnitas que sustentan la trama: ¿Quién es en realidad el protagonista? ¿Por qué se dedica a tomar identidades falsas? ¿Y cómo ha podido engañar de forma tan convincente a los miembros de la familia del chaval desaparecido a quien suplanta?

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A partir de semejante premisa formal, asistimos a una película extraordinariamente entretenida e intrigante, cuyos casi cien minutos mantienen en vilo al espectador en espera a que se estreche el cerco que va a desenmascarar, y a atrapar, al antihéroe de la función, a guisa de cualquier clásico del cine negro que cuente con un criminal como protagonista; un efecto de misterio que descansa sobre todo en el brillante uso del montaje alterno, contraponiendo de manera sucesiva las dos visiones básicas de lo acaecido: la del impostor y la de la familia víctima de sus maquinaciones.

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Ello no obstante, y dado que no se exponen unos hechos ficticios, sino unas circunstancias reales bigger than life, a la postre no se produce el desenlace catárquico prometido por la acumulación in crescendo de pistas y conjeturas respecto al auténtico paradero de Nicholas Barclay y al comportamiento tanto de su familia como de Frédéric Bourdin (“el impostor” del título); por el contrario, los tres grandes enigmas mencionados son dilucidados a medias y en ningún momento se ahonda en la temática subyacente de la historia, esto es, la falibilidad de las apariencias y el poder del engaño y del autoengaño.

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Quizá porque El impostor sea el primer largo para la gran pantalla de su máximo responsable, Bart Layton hasta la fecha con una carrera de documentalista para la televisión‒, se prima la ilusión de objetividad y la expresa voluntad de rehuir la acumulación expositiva de datos, ambos rasgos estilísticos propios de un reportaje, por encima de una reflexión de mayor calado con claras (y desaprovechadas) ramificaciones morales, psicológicas e incluso culturales y fílmicas. De ahí que El impostor se halle en el extremo opuesto de magistrales documentales que también gravitan en torno a la imposibilidad de desentrañar la verdad de la falsedad, como Capturing the Friedmans (2003) o Exit Throught the Gift Shop (2010).

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Y es que, en puridad,la cinta se limita hacer una exposición en clave de suspense de lo sucedido, estando más preocupada por mantener la atención del público que por extraer algún tipo de conclusión respecto a lo narrado. Y si bien esta indefinición es una opción del director perfectamente lícita, ello propicia una cierta sensación de superficialidad, de frivolidad, hasta el extremo de que hace cuestionar, en última instancia, la misma existencia de la película, cuyos recursos y trucos se hallan más próximos a los de un reportaje sensacionalista o a los de un telefilme basado en hechos reales que a los del género documental empleado con la inteligencia y la maestría autorial de, pongamos por caso, un Werner Herzog .

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En este sentido, y aunque el filme está compuesto por una sucesión de entrevistas a cámara de los diversos actores del drama, lo que redunda en el carácter verídico y testimonial de lo expuesto, a la vez mucho de lo contado por Bourdin se nos ilustra mediante una reconstrucción ficcionada: una nueva evidencia de la voluntad del autor de conferir un tono ameno y atractivo a la pieza. Tal vez por ello no solo no se incide en la vertiente ética, sociológica o emocional del relato, sino que ni siquiera se llega a esclarecer en profundidad la psique del protagonista y, de hecho, lo dos o tres apuntes biográficos que él mismo nos ofrece resultarán del todo insuficientes para entender su patológica obsesión por ser otra persona.

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En resumidas cuentas, es El impostor una cinta interesante y hábil, sobre todo considerada en tanto debut cinematográfico de su realizador, pero que sin embargo peca de afán de beneplácito popular. Por ello, los escasos momentos cómicos de la historia (véanse las distintas intervenciones del detective Charlie Parker) y las “ingeniosas” artimañas del protagonista tienen una relevancia mucho mayor que el sufrimiento de los Barclay. O dicho en otras palabras: El impostor está más próxima al tono de una comedia policíaca como Atrápame si puedes (2002) que al de un drama del mismo género como Zodiac (2007); dos obras que traigo a colación no por casualidad, dado que ambas parten de hechos reales e indagan sobre la imposibilidad de esclarecer la verdad y sobre los cambiantes papeles de héroe y villano, de víctima y verdugo. Así pues, El impostor es una buena película pero cuya opción estilística no tenemos por qué admirar, disfrutar o compartir.

Artículo originalmente publicado en ‘Koul’ (13/05/2013)

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