«The Act of Killing» de Joshua Oppenheimer

Desde la elocuente cita de Voltaire que abre el discurso hasta su metafórico plano final, The Art of Killing demuestra una capacidad de epatar al espectador tan inusual como sobrecogedora. Y es que el punto de partida del filme no puede ser más sorprendente: para hablar del exterminio acaecido en Indonesia entre 1965 y 1966 de un millón de personas (acusadas del “delito” de comunismo), los responsables de la obra no llevan a cabo un documental al uso ni tampoco realizan la típica película “basada en hechos reales”. Por el contrario, acuden a quienes estuvieron implicados en el genocidio (la mayoría hoy en la cúspide económica y social de su país) para que escenifiquen sus vivencias ante las cámaras. De ahí el ilustrador título de la cinta, que significa tanto “el acto de matar” como “la actuación de matar”.

The Art of Killing Ending

A partir de esta iconoclasta premisa, el realizador Joshua Oppenheimer despliega un perverso y lacerante juego entre realidad y ficción que nos sumerge en la mente de estas bêtes humainesque diría Zola para condensar en sus 115 minutos una reflexión sobre las negras simas del alma y denunciar la tolerancia –y aún hasta la admiración– del mal en el seno de una sociedad apática, amoral y olvidadiza. Y si esto es sobre todo palpable en la Indonesia actual, las imperfecciones de su sistema democrático son vergonzosamente fáciles de extrapolar a entornos mucho más cercanos. Asimismo, aunque los crímenes fueron perpetrados por grupos paramilitares de preman (palabra con la que ellos mismos se denominan, asociándola a freeman “hombre libre”, y que sería traducible como mafioso o gánster), fueron las autoridades del momento quienes los ampararon y, de hecho, estas organizaciones siguen estrechamente vinculadas a los círculos de poder.

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Más allá del asco y la repulsa que despiertan la impunidad, la arrogancia, el cinismo y hasta el orgullo de quienes intervinieron activa o pasivamente en secuestros, torturas, violaciones y asesinatos, un paulatino estupor hace presa de la audiencia cuando varios de los entrevistados explican con naturalidad sus técnicas para matar con eficiencia; cuando admiten que racionalizan lo que hicieron mediante una absoluta relativización moral; cuando señalan que adjetivos como “cruel” o “sádico” eran empleados como alabanza en la época, o cuando confiesan que la mayoría de sus víctimas eran infinitamente más inocentes y buenas que ellos.

The Act of Killing muppet

Lentamente, la representación que hacen los propios asesinos de sus crímenes con repartos integrados por vecinos y conocidos de sus propios barrios ‒entre los que incluso se encuentran hijos y nietos de los ajusticiados‒ va haciendo mella en el ambiente y, tras la palabra “corten”, muchos de los que ejercen el rol de víctimas siguen mostrando dolor y miedo, mientras que algunos de los que ejercen el rol de verdugos son asaltados por un sentimiento soterrado e inquietante: la culpa. A transmitirnos tal sensación contribuye la inteligente realización de Oppenheimer, la cual, durante los momentos de reconstrucción ficcional de la barbarie, adopta un tono desgarradoramente lírico (véase la “infernal” escena de la masacre en la aldea), frente a la imparcialidad analítica, entomológica, con la que se recogen los recuerdos de los criminales.

The Act of Killing Matanza fuego

Pero aún hay más; dado que los principales responsables de esas atrocidades tienen absoluta libertad para expresarse como deseen, pronto la imaginación febril de alguno de ellos se entreteje con los hechos históricos y da lugar a un collage visual que aúna estilos de imposible engarce. Así, junto a fragmentos con ecos del Hollywood noir de los 50 tenemos pesadillas de espíritu y colorismo plenamente asiáticos (fantasmas, muertos vivientes, dioses burlones, etc.); por no mencionar el edulcorado videoclip de la canción “Born Free”, que los preman empleana guisa de himno. Naturalmente, semejante grado de esperpento y surrealismo provoca una carcajada culpable en el espectador, quien absolutamente atónito ve, por ejemplo, cómo uno de los gánsteres se convierte de forma recurrente en una gorda y afectada drag queen.

The Act of Killing Bron Free videoclip

Según lo expuesto, The Act of Killing es una propuesta a contracorriente, honesta y audaz, que pone a prueba los límites de la credulidad y de la capacidad de escandalizarse del espectador. Con la maquiavélica pirueta empleada por Oppenheimer y su equipo se difunde una matanza silenciada hasta hace poco en Indonesia y, encima, en boca de quienes la llevaron a cabo. De esta forma la cinta demuestra, una vez más, que la realidad supera a la ficción; o que una y otra no se encuentran tan lejos. Por ello deviene mucho más que un documento de marcado tono reivindicativo y acusador; es también un testimonio del poder catárquico y revelador del arte en general y del cine en particular, de su cualidad epifánica incluso en la más horrenda de las realidades. En este sentido, para el recuerdo queda la angustia de Anwars Congo, cuando, al interpretar el papel de una víctima, se ve abrumado por el remordimiento. Su desesperada pregunta a cámara (en realidad, al director) sobre si las personas que torturó y mató sintieron el mismo miedo y dolor que él durante su actuación ‒una pregunta formulada con lágrimas en los ojos, con la ingenuidad de un niño demoníaco‒, obtiene una respuesta tan lógica como implacable: “Sintieron muchísimo más, porque tú sabías que solo era una película, pero ellos sabían que iban a morir.”

The Act of Killing 1

Es una lástima, en fin, que The Act of Killing devenga una obra condenada a ser minoritaria, porque raramente encontramos en cartelera creaciones tan originales, tan apabullantes, tan indiscutibles.

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