El abismo te devuelve la mirada: “Sicario” de Denis Villeneuve

La breve, pero intensa, trayectoria cinematográfica de Denis Villeneuve está marcada por la rara capacidad de combinar la concepción autorial con el espectáculo. De ahí que sus cintas estén dotadas de una evidente intencionalidad temática y formal, asociada a reflexiones de calado artístico, social y metafísico, que sin embargo no obvian entretener, y hasta implicar, al espectador. Ello es debido a la capacidad del realizador canadiense de construir un discurso tan exigente visualmente hablando como ameno, gracias a la importancia que le da al elemento narrativo, pues sus filmes oscilan, a grandes rasgos, entre el drama sentimental y el thriller: dos géneros que captan y mantienen con facilidad la atención de la audiencia.

«Villeneuve da otra vuelta de tuerca a las películas de acción y convierte un relato aparentemente testosterónico en toda una reflexión sobre el complejo funcionamiento del mundo en manos de organizaciones internacionales que priman sus intereses –eminentemente monetarios– por encima, ya no del individuo, sino de las consideraciones éticas más básicas.»

Sicario 1

Sicario no es en absoluto una excepción al respecto; es más, Villeneuve da otra vuelta de tuerca a las películas de acción y convierte un relato aparentemente testosterónico en toda una reflexión sobre el complejo funcionamiento del mundo en manos de organizaciones internacionales que priman sus intereses –eminentemente monetarios– por encima, ya no del individuo, sino de las consideraciones éticas más básicas. Sintomático al respecto es el hecho de la que la gran protagonista del relato sea una mujer, Kate Macer (grande, como siempre, Emily Blunt), porque con ello se aporta la mirada del Otro por excelencia. Como también lo es el hecho de que, a la postre, el personaje encarnado por Josh Brolin devenga la encarnación del perverso statu quo WASP del mundo moderno, doblemente terrible teniendo en cuenta cuál sería la terrorífica alternativa a su existencia.

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Y es que, girando en torno al relato de una operación combinada entre la policía estatal mexicana, la DEA, la CIA y dos idealistas agentes del FBI, con el objetivo de localizar la cúpula de uno de los cárteles más potentes de México, Villeneuve lleva a cabo una cinta que, desde su misma –e impactante– secuencia de abertura, y a pesar de su intriga estrictamente realista y lineal, pronto rebasa los límites del género negro y policial para lindar con el terror y hasta con el fantástico.

«Estamos ante una cinta que, desde su misma –e impactante– secuencia de abertura, y a pesar de su intriga estrictamente realista y lineal, pronto rebasa los límites del género negro y policial para lindar con el terror y hasta con el fantástico.»

Semejante afirmación puede sorprender si nos atenemos solo a la trama de Sicario; pero el autor retrata el enfrentamiento entre los narcotraficantes y las organizaciones policiales citadas como si del choque entre dos inmisericordes dioses alienígenas se tratara, con los pobres mortales atrapados en medio, de forma que no falta siquiera la figura trágica del héroe caído, Alejandro (Benicio del Toro). De esta forma, el director obvia casi de inmediato el tono analítico, épico o documentalista de este tipo de historias en favor de un retrato alucinado y asfixiante de un entorno, más que salvaje, inhumano.

Al respecto son reveladoras dos secuencias que merecerían formar parte de una antología del cine de suspense: la incursión en Ciudad Juárez en busca de un miembro del cártel, construida sobre un creciente tour de force de tensión y angustia, que supone un primer contacto de la heroína –y del público– con el horror en estado puro, y la no menos larga escena en el desierto que separa México de los Estados Unidos, un verdadero descenso a los infiernos de Kate y su compañero Reggie Wayne (Daniel Kaluuya), tanto por tratarse de una misión que se desarrolla en unos túneles subterráneos, como por ser la revelación definitiva de la podredumbre del mundo.

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Villeneuve ofrece una auténtica lección magistral de cómo la exuberancia visual puede tener –y, de hecho, debería tener– una justificación discursiva, al combinar diferentes formatos fílmicos para mostrarnos una realidad más próxima a un paisaje extraterrestre que a un contexto reconocible, que, encima, conforme se incide cada vez más en la maldad de ambos bandos, va adquiriendo un tono fantasmagórico, casi irreal. Las imágenes de lirismo fotográfico que recogen la puesta del sol sobre las rocas y la arena; o los claroscuros donde Kate y Reggie son “excluidos” por sus propios compañeros; o las tomas aéreas con teleobjetivos en blanco y negro; o los planos subjetivos a través de visión nocturna… Todo ello son momentos de honda capacidad alegórica sobre un universo donde las fronteras del bien y el mal resultan dolorosamente difusas.

«En en el filme se traza una despiadada reflexión sobre la imposibilidad de vencer al poder del miedo, la ira, el odio, la codicia y la venganza.»

Sicario movie 2

Decía Nietzsche que “quien lucha contra los monstruos, debería vigilar de no convertirse él mismo en un monstruo. Porque, cuando miras al Abismo, el Abismo te devuelve la mirada.” Seguramente, Sicario resume como pocas obras el espíritu de esta famosa cita, por lo que estamos ante una película oscura y triste, una oda de aliento elegíaco, en la que la esperanza y la inocencia son víctimas de la crueldad y el egoísmo. Por este motivo, y como ya lo hiciera Villeneuve en sus dos filmes más exitosos –Prisioneros (2013) y Enemy (2013)– trastoca el horizonte de expectativas del público, que buscando un thriller criminal más o menos inteligente se encuentra con una despiadada reflexión sobre la imposibilidad de vencer al poder del miedo, la ira, el odio, la codicia y la venganza.

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