A la hora de reseñar el libro Hijos del átomo: Once visiones sobre la Patrulla-X, publicado por Alpha Decay, vaya por delante que, como siempre sucede con este tipo de ejemplares colectivos de corte ensayístico, los análisis contenidos en cada uno de los textos independientes resultan de una disparidad, en cuanto a planteamientos y en cuanto a resultados, que hace imposible una crítica conjunta ponderada. Lo que sí conviene destacar es que, felizmente, ninguno de ellos peca de simplismo, sino que todos evidencian el rigor y la seriedad con la que cada uno de los respectivos autores ha hecho frente a un tema en apariencia “menor” como lo es el del fenómeno de los cómics de superhéroes y, más concretamente, el de la franquicia de los mutantes iniciada por Marvel en el año 1963.
El artículo que abre la compilación, “La Patrulla-X original. Inicio y final”, a cargo de Raimon Fonseca, toda una eminencia por lo que respecta a la editorial estadounidense, no está situado en primer lugar de manera fortuita. Y es que destaca por su marcado carácter introductorio, al narrar los pormenores de la creación de estos tebeos a manos de Stan Lee y Jack Kirby. Sobre todo, hace hincapié en el hecho –ampliamente conocido por cualquier lector asiduo al grupo mutante, pero que puede sorprender a un novato– de que la serie fuera cancelada, en 1970, a causa de sus escasas ventas. Sin embargo, ya en su primera etapa, y a pesar de su poco éxito –¿o tal vez por eso mismo?–, la Patrulla-X probó su potencial y originalidad al “reflejar acontecimientos o movimientos culturales de su tiempo” y convertir “a los mutantes en una metáfora de las minorías perseguidas y execradas en Estados Unidos.” Curiosamente, “la trayectoria de X-Men en España fue sensiblemente distinta”, pues “se convirtió con rapidez en una de las [series] más seguidas por los lectores”. En este sentido, solo comentar que se echa de menos algún tipo de especulación de Fonseca sobre dicha peculiaridad de nuestros lares.
En cuanto al escrito de Octavio Botana colocado en último lugar: “¿Quién dice que estamos jugando? El Gen X como realidad”, otro tanto puede decirse en relación a su situación dentro del volumen. Porque en él, el autor toma la figura real del genetista John Craig Venter para concienciar al lector de que el mundo actual está mucho más cerca de la distopia apuntada en el universo mutante de lo que parece:
“Nos guste o no, estamos viviendo una progresiva privatización de decisiones estratégicas […]. El mundo lo dirigen unos pocos para el disfrute de otros pocos. […] A la vista está que algunos avances socio-económicos, políticos y de otros muchos campos, terminan por convertirse más en un retroceso que otra cosa […]. Por incongruente que suene, esta selección [genética] inducida no será un paso hacia delante, sino hacia atrás. Volveremos al maligno juego del válido y del no válido, a la eugenesia extrema […]. Prácticas del todo abusivas vendrán respaldadas por políticas de orientación genética patrocinada por los estados o por empresas privadas que dejarán en ridículo a las diez plagas de Egipto, la bomba de hidrógeno o los tsunamis.”
Entre la presentación al mundo ficticio de los mutantes de Fonseca y la espeluznante –por demasiado plausible– visión de nuestro futuro real de Botana hay nueve artículos que exploran diversos elementos culturales, sociales, artísticos, literarios, históricos y hasta filosóficos de una saga de cómics cuyo propósito último ha sido, es y será –no nos engañemos– entretener al lector y enriquecer a los responsables de Marvel. Ello no es óbice para que no se pueda alcanzar semejante objetivo con buen gusto, amenidad e inteligencia.
Así lo prueba, por ejemplo, el magnífico texto de Servando Rocha “El Futuro. Un mundo oscuro y desolador”, cuyo autor, partiendo de un análisis culto y perspicaz de dos de los hitos más memorables del mundo de los X-Men –la saga Días del Futuro Pasado (1981) y la novela gráfica Dios ama, el hombre mata (1982), ambas a cargo del imprescindible guionista británico Chris Claremont–, lleva a cabo una reflexión de corte sociológico, psicológico e historiográfico sobre los totalitarismos políticos, con Hannah Arendt como referente, así como sobre los fanatismos religiosos. En realidad, se trata de dos caras de la misma moneda: la necesidad del dogma para superar las propias inseguridades y limitaciones, que terminan por ser objetivizadas y pervertidas en la figura del Otro lacaniano, convertido de este modo en causante de todos los males y en forzoso chivo expiatorio de los mismos. Con el Leitmotiv de fondo –no por casualidad– de varios temas del emblemático disco de The Moody Blues Days of Future Passed (1967), Rocha nos recuerda que incluso las creaciones en apariencia menos trascendentes contienen en su interior verdaderas pepitas de oro.
Por otro lado, también resulta digno de destacar el artículo de Jordi Costa “Magneto sublime. Las raíces ‘camp’ de un supervillano sionista”, en el que, centrándose en la evolución del villano por excelencia del universo mutante, se elogia la narrativa pop y pulp y su capacidad para ser políticamente incorrecta, al moverse al margen de lo que se considera alta cultura. Así, el Magneto de Lee y Kirby, alejado de “el trauma, el sentido de culpa y la duda” sobre los que Claremont inmortalizó al personaje –convirtiéndolo en el Malcom X de su Martin Luther King (Charles Xavier)–, el Magneto original era “un actor camp, puro exceso y amaneramiento”, en el que confluían “todas las formas de la otredad inasumible –un soterrado exceso homosexual, la melodramatizada pasión del folletín, el afán revolucionario, la apuesta por la acción directa, etcétera”, hasta el extremo de apropiarse incluso de la figura del mad doctor acuñada por el “Romanticismo y su forja del arquetipo del humano que osa retar a Dios.”
De hecho, una análoga especulación sobre el discurso oculto que encierran estos cómics, lastrados por una censura más o menos explícita, existe en el apasionante escrito de Eloy Fernández Porta: “Cómo cambia. Mística”. En él, se toma la figura de la metamorfa Raven Darkhölme para cuestionar los roles de género de nuestra sociedad y, más allá, para incidir en la evolución del deseo en un mundo sin reglas morales y entregado a la escoptofilia, donde “toda restricción ha sido eliminada”, de forma que se hace “indispensable salvar la prohibición para conservar la dinámica entre ella y lo realizable.” Por eso, esta “necesidad psicológica encuentra en Mística su musa prohibicionista, el mayor goce de la frustración.” O dicho de otro modo: en el mundo de nuestros días, sometidos como estamos a la observación continua de cámaras, y a la visualización continua de imágenes, en el que la pornografía se ha instaurado como parte del ritual de la tribu, dado que no solo tiene que ver con el sexo, sino también con la violencia y las emociones –con lo que la intimidad es un terreno cada vez más difícil de acotar–, en estas coordinadas, digo, el modelo del patriarcado ha quedado irremisiblemente desfasado; y ello es debido a la irrupción triunfante de la sexualidad femenina, verdadero estilete para el derrumbe de los viejos cánones, que ha abierto las puertas a opciones todavía más marginadas como la homosexualidad de hombres y mujeres o la transexualidad:
“Las cualidades tradicionalmente consideradas masculinas –la fuerza, la corpulencia, la energía– han sido transferidas a la mujer, convertida ahora en un ser hipersexual en relación con el cual el hombre aparece apocado”.
En cualquier caso, los autores de Hijos del átomo: Once visiones sobre la Patrulla-X no solamente encuentran en las páginas de estos cómics elementos de contracultura o de crítica político-social. También, se incide en su componente ficcional y literario, artístico si se quiere, en tanto creaciones con un código específico y una validez propia. Lo ejemplifica modélicamente “Hombres en la encrucijada” de Unai Velasco, al reflexionar sobre el concepto en torno al que pivotan, el del superhéroe, y “la falta de integridad de sus partes” por lo que respecta a su escisión psicológica entre los seres que son con o sin la máscara. Dicha “percepción de la dualidad irresuelta, cuya resolución se concibe pero no se produce, es lo que Kierkegaard llamó desesperación.”
De ahí que la temática del cómic de superhéroes en general, y más que nunca la de los mutantes en particular, haya “sido siempre la historia de la identidad. De la identidad como diferencia.” Velasco añade que la evolución de los X-Men desde la fantasía hasta un realismo cada vez más marcado responde a la tradición del héroe clásico transformado mediante el existencialismo del hombre moderno, lo que le lleva a ser consciente –dolorosamente consciente– de su condena a una eterna repetición sin posibilidad de redención, puesto que ahora no existe un dios que la rija ni la dicte. Por todo ello,
“el mercado del cómic de superhéroes (la narración serial, al fin y al cabo) constituye una especie de versión anómala del estilo […]. Si estilo es la selección singular (diferencia) de recursos formales que se expresa regularmente (repetición) para poder ser identificados, en este caso el estilo del cómic serial parte de unas marcas de la repetición especialmente patentes y, sin embargo, aspira a la singularidad constante a través del auxilio del realismo, la experimentación en el uso de la composición de las viñetas o, sencillamente, del concepto de autoría.”
No es de extrañar, según lo expuesto, que la adolescencia tenga una presencia tan marcada en este tipo de cómics. Y que nadie saque conclusiones precipitadas al respecto, pues pensemos que, si bien es cierto que en los años 50 y 60 el lector potencial era de un perfil preadolescente y adolescente, hoy en día la media de edad es superior, al contar entre su público también con personas de 30 y 40 años. Aparte de lo que ello indica sobre el grado de madurez de nuestra sociedad –un debate para otro momento–, está claro que los adolescentes no aparecen en el universo mutante solo con el fin, por otra parte muy lícito, de buscar la complicidad con su público, sino, básicamente, porque encarnan como nadie la identidad escindida, el sentimiento de angustia existencial y de extrañeza física e ideológica. Revelador es, en esta línea, el hecho de que dos de los artículos del libro tengan como eje principal los protagonistas adolescentes de estos tebeos: “Dios ampare a los chiquillos. Metamorfosis adolescentes en el universo mutante”, de Albert Fernández, y “Los ‘New X-Men’ de Grant Morrison. Un acto de profanación” de Óscar Broc. Lástima que, en el caso de este último, el autor esté más preocupado por arremeter contra la vieja guardia de aficionados de la serie, que se opuso con nula amplitud de miras a la brillante etapa de Morrison, que en ponderar las virtudes de la misma, entre las que apunta una visión de la adolescencia más acorde con nuestros tiempos.
Afortunadamente, el escrito de Fernández no desaprovecha este tema y recoge cada una de las respuestas del adolescente ante el mundo de sus padres, desde la rebeldía hasta la imitación; desde el deseo de matar al padre hasta su emulación –voluntaria o no–; desde el horror a hacerse mayor y la persistencia en el infantilismo hasta la adopción prematura de la edad adulta… En definitiva, esa voluntad de vivir para marcar una diferencia, que a veces puede lindar con la sociopatía o la psicosis, y que tiene a Holden Caulfield como icónico referente literario:
“Los mutantes son los adolescentes del universo Marvel. Se sienten alienados, malditos, perseguidos y apartados, y tratan de buscar su camino, ya sea cambiando el mundo en pos del bien, o luchando contra él, con tal de prevalecer por encima de esa humanidad que se comporta como el adulto hosco y censurador, en un último signo de rebeldía”.
En realidad, “Charles Xavier: frustración y paternidad” de Juan Trejo puede ser considerada la otra versión de la historia, la de los adultos, focalizada como está en el personaje que encarna como ningún otro el espíritu, contradictorio y ambivalente, y por eso mismo fascinante, de la Patrulla-X: Charles Xavier, su fundador y “padre” –en más de un sentido–, al que Trejo dedica una lectura psicoanalítica donde contrapone su altruismo casi sobrehumano a su amarga historia personal, y que explica esos momentos en los que “ha mostrado una faceta negativa, furibunda, marcada por una irrefrenable tendencia a destruir a aquellos que le son fieles”. No en vano, los dos otros personajes que tienen un artículo en exclusiva son Jean Grey y Lobezno, dos de los más complejos y poliédricos del vasto plantel de héroes y villanos mutantes.
Recapitulando, es menester señalar que, con Hijos del átomo: Once visiones sobre la Patrulla-X, estamos ante un libro donde el punto partida, en principio modesto, sirve como trampolín para especulaciones intelectuales de mayores vuelos. Ello enlaza con la proliferación que se ha dado en la última década de títulos colectivos que reflexionan, y con enjundia, sobre fenómenos de la cultura popular: pienso, por ejemplo, en Los Simpson y la filosofía (2009) de William Irwin, Mark T. Conard y Aeon J. Skob, publicado en España por Blackie Books, o los ejemplares editados por Errata Naturae dedicados a diferentes fenómenos televisivos: Los Soprano, Breaking Bad, Mad Men…
Sin embargo, el volumen que nos ocupa tiene la particularidad de resultar atractivo, como señalan los responsables de la edición, Enric Cucurella y Ana S. Pareja, “tanto para neófitos en el mundo del cómic que desconozcan esta mitología, como para fanáticos que ya estén bregados en las idas y venidas de los personajes.” Y ello es así porque autores y compiladores han tenido la perspicacia de indagar en nuestro zeitgeist para responder a la pregunta que debería justificar la existencia de cualquier obra de “ensayismo pop” (según su propia denominación): el porqué del éxito de estos cómics de evasión que, a pesar de su fracaso inicial, han terminado por convertirse, en sus distintos formatos y colecciones, en una de las líneas más populares de la editora que domina el mercado del cómic comercial. Un libro, en consecuencia, más que recomendable, imprescindible, que los amantes o admiradores de estos superhéroes proscritos no deberían perderse.