“Un amor de verano (La belle saison)” de Catherine Corsini

A lo largo de la historia del cine, hay algunas películas que devienen clásicos, filmes de culto o iconos del séptimo arte gracias, más que a sus cualidades artísticas intrínsecas, a su sentido de la oportunidad. Evidentemente, lo contrario también acontece, y quizás con mayor asiduidad: cintas que pasan completamente desapercibidas en su momento, o que incluso suscitan el rechazo de público y/o crítica, pero que, sin embargo, con el tiempo se convierten en verdaderos jalones de visionado obligatorio para cualquier cinéfilo.

La belle saison Un amor de verano beso kiss

«Se trata de un drama clásico profundamente honesto y emocionante, más preocupado en contar una historia sobre seres humanos complejos y dolientes que en hacer un alarde de huero estilismo formal.»

En la época presente, en la que las nuevas tecnologías han vaciado las salas de cine tradicionales pero, simultáneamente, han incrementado a la enésima potencia las posibilidades, no solo de exhibición de las creaciones a través de otros canales, sino de la realización de nuevas, merced al abaratamiento de los costes, lo dicho en el párrafo anterior resulta doblemente cierto.

La belle saison Un amor de verano Izïa Higelin

Dentro, por tanto, de la intricada y casi infinita oferta a la que el espectador se enfrenta en la actualidad, es fácil que buenas creaciones queden ocultas, algo a lo que parece condenada la estupenda Un amor de verano de Catherine Corsini. Los motivos son varios: cine de autor relegado a la cartelera veraniega, un reparto con nombres poco taquilleros, una directora apenas estrenada en España… Pero, sin duda, la razón de mayor peso que parece condenar a la invisibilidad a esta obra, y ya no solo dentro de nuestras fronteras, es su hilo argumental; y es que en los últimos años el mercado se ha visto saturado de historias que relatan un amor de tipo lésbico.

Un amor de verano la belle saison 1

«La obra de Corsini se ambienta en 1972, y en realidad establece un paralelismo entre la reivindicación de la mujer como un ser humano libre y autosuficiente y su derecho a elegir en todos los sentidos, también en el sexual.»

Aunque es cierto que cintas centradas en esta temática ha habido desde hace décadas –si bien básicamente adscritas al cine underground–, con la normalización de la homosexualidad en la mayor parte de las sociedades civilizadas (empleo este adjetivo con toda la intención), se han popularizado los filmes en los que la orientación sexual de sus protagonistas no se atiene al estándar de las tres grandes religiones monoteístas. Obviamente, y como viene sucediendo desde la instauración del modelo patriarcal en casi todo el planeta, primero fue reivindicada la homosexualidad masculina, mientras que la lésbica no ha cobrado fuerza prácticamente hasta nuestros días, a rebufo de un discurso feminista cada vez más extendido entre personas de ambos sexos, y que pone énfasis en la necesidad de equiparar a la práctica, y no solo sobre el papel, los derechos y los roles entre hombres y mujeres.

Un amor de verano La belle saison Izïa Higelin Cécile De France

De hecho, el embrión de todo ello se produjo con los movimientos de liberación de la mujer incubados en los años 60 del siglo XX en Occidente, y que eclosionaron durante la siguiente década, como muy bien retrata el documental She’s Beauty When She’S Angry (2014) de Mary Dore. No en vano, la obra de Corsini se ambienta en 1972, y en realidad establece un paralelismo entre la reivindicación de la mujer como un ser humano libre y autosuficiente y su derecho a elegir en todos los sentidos, también en el sexual. Por desgracia, esta pieza ha coincidido en el mismo año de estreno, 2015, con la magistral Carol de Todd Haynes, la endeble Freeheld, un amor incondicional de Peter Sollett o la recomendable El verano de Sangaile de Alante Kavaite, todas ellas con muchísima más proyección que Un amor de verano. Para colmo de males, el título en español (del original La belle saison) incrementa la confusión con la película lituana citada, por no mencionar Mi verano de amor (2004) de Pawel Pawlikowski, más alejada en el tiempo pero con obvias similitudes argumentales. En cualquier caso, sobre Un amor de verano pesa especialmente la larga sombra de La vida de Adèle (2014) de Abdellatif Kechiche, al tratarse de filmes del mismo país, con el agravante de que la segunda ganó una Palma de Oro y recibió premios y nominaciones a diestro y siniestro.

Un amor de verano La belle saison Noémie Lvovsky

Vaya por delante, empero, que a mi parecer Un amor de verano es superior a la pieza de Kechiche en todos los aspectos; sin menoscabar los méritos de La vida de Adèle –que los tiene, aunque no tantos como para hacerla merecedora del principal galardón del que tal vez sea el festival cinematográfico más importante del mundo–, la película de Corsini no se limita, al contrario que La vida de Adèle, a narrar una historia de amor entre dos mujeres. Su eje temático es, en puridad, un elogio del feminismo, al incidir en el retrato de una época donde no solo la homosexualidad era considerada una enfermedad (sic), sino que el aborto estaba penalizado, los anticonceptivos se veían como algo “indecente”, las mujeres que reclamaban la igualdad eran tildadas de “exaltadas” o “locas”, y las solteras o sin hijos resultaban poco menos que “fracasadas”. Pero aún hay más; mediante la narración del idilio entre Delphine (Izïa Higelin) y Carole (Cécile De France), la realizadora contrapone dos estilos de vida aún hoy en día destinados a enfrentarse: el del pueblo y el de la ciudad.

La Belle Saison Un amor de verano Kévin Azaïs

«El filme contrapone dos estilos de vida: el de la ciudad y el del campo. Así, si bien únicamente mediante la mezcla intercultural que se propicia en el seno de las urbes, asociada a la amplia oferta educativa que estas ofrecen, se pueden superar los prejuicios y la intolerancia, por otro lado, el ambiente rural es descrito como una suerte de Edén, donde el esfuerzo es recompensado de forma inmediata, con la continua celebración de la vida y la naturaleza mediante un canto a la belleza de las cosas sencillas y eternas de la existencia.»

En este sentido, que Delphine sea hija de una pareja de campesinos de la zona de Lemosín, marca el desarrollo argumental del relato y, sobre todo, demuestra que únicamente mediante la mezcla intercultural que se propicia en el seno de las urbes, asociada a la amplia oferta educativa que estas ofrecen, se pueden superar los prejuicios y la intolerancia. Por otro lado, el ambiente rural es descrito como una suerte de Edén –idílico y en peligro de ser arrebatado–, donde el esfuerzo, a diferencia de lo que pasa en una ciudad, es recompensado de forma inmediata, con la continua celebración de la vida y la naturaleza mediante un canto a la belleza de las cosas sencillas y eternas de la existencia: el olor de la hierba, el color de una puesta de sol, el sabor de la fruta recién recolectada, el nacimiento de una ternera… Al respecto, es un hallazgo de guion –coescrito por la propia directora junto a Laurette Polmanss– que el profundo autoconocimiento de Delphine, así como su amor por la granja familiar y el duro trabajo que la misma implica, le dé seguridad y valentía en París y sea justamente lo que le atraiga de ella a Carole, en apariencia mujer de mundo pero en algunos aspectos mucho más inmadura que su amante. No obstante, a la vez e irónicamente, en el medio donde nació y creció, Delphine actúa sistemáticamente llevada por el miedo y la hipocresía.

Un amor de verano La belle saison Cécile De France

Por todo ello, solo queda añadir que Corsini llevaba a cabo una conmovedora película de amor y también de denuncia social, adoptando una perspectiva realista y diáfana pero que también contiene delicadas notas alegóricas, gracias a elementos discursivos como la sensual y cálida fotografía de Jeanne Lapoirie o la bella y melancólica partitura de Grégoire Hetzel. En resumen, se trata de un drama clásico profundamente honesto y emocionante, más preocupado en contar una historia sobre seres humanos complejos y dolientes que en hacer un alarde de huero estilismo formal; de ahí, por ejemplo, que la pareja protagonista esté alejada de los estándares de belleza femenina explotados en el celuloide; o que la historia se focalice progresivamente de una de las amantes hacia la otra –no en vano, la que asume plenamente los designios de su corazón–, o que sea inevitable evocar durante su visionado a autores como Jean Renoir o Éric Rohmer.

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