De los evangelios nace el aforismo de “nadie es profeta en su propia tierra”, propiciado por el escepticismo con el que es recibido Jesús en Galilea. Dicho concepto, por desgracia, sigue en plena vigencia en nuestros días, al haber pergeñado una sociedad globalizada donde el medro social se consigue, no tanto a base de talento y esfuerzo como de capacidad para destacar entre la masa de la forma más ruidosa y visible que se pueda: el paraíso del demagogo, el mediocre, el envidioso y el sensacionalista.
Resulta irónico, por tanto, que ocho siglos después, una figura como Ramon Llull, místico, intelectual, filósofo y escritor, salte de nuevo a la palestra gracias, precisamente, a su voluntad de crear un lenguaje universal capaz de hallar la verdad subyacente de las cosas y de transmitir dicha verdad de forma unívoca allende los mares.
«Ocho siglos después, una figura como Ramon Llull, místico, intelectual, filósofo y escritor, salta de nuevo a la palestra gracias a su voluntad de crear un lenguaje universal capaz de hallar la verdad subyacente de las cosas y de transmitir dicha verdad de forma unívoca allende los mares.»
Porque Llull hizo un activo proselitismo de sus ideas y fue perseguido por las mismas, hasta el extremo –según cuenta la leyenda– de morir por ellas. Y como en el mundo actual, su visión no se reducía a la de su terruño, sino a la del orbe entero, mucho más pequeño entonces, obviamente, que el de nuestra época; pero también mucho más vasto para quien deseara transmitir un mensaje mundial, limitado como se hallaba a hacerlo de viva voz (lo que explica los azarosos viajes que Llull realizó por Europa u Oriente Medio a lo largo de su longeva vida) o mediante sus escritos, compuestos en catalán, latín y árabe.
La exposición “La máquina de pensar: Ramón Llull y el ars combinatoria”, que se puede ver en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona hasta el 11 de diciembre, establece un inevitable paralelismo entre las nuevas tecnologías de la comunicación y el elaborado lenguaje que Llull inventó –construido con técnicas semimecánicas, de notación simbólica y de diagramas combinatorios– para transmitir de forma objetiva y global su concepción de la realidad, conocida como Ars magna; todo un sistema general de interpretación de lo visible e invisible formado por la interrelación del conjunto de disciplinas del saber de su tiempo, esto es, de la filosofía a la astronomía, yendo por la teología, la lógica, la medicina, el derecho, las matemáticas, la política…
Haciendo un alarde de claridad expositiva, y más tratando un asunto tan sutil y complejo, la muestra se inicia con una introducción a la figura y a la obra de Llull, para, a partir de ahí, incidir en la influencia o fascinación explícitas que ha ejercido en creadores de diferentes épocas y nacionalidades: desde Giordano Bruno hasta Aldous Huxley, pasando por Athanasius Kircher, Juan de Herrera, Gottfried Wilhelm Leibniz, Jacint Verdaguer, Umberto Eco y un largo etcétera. Asimismo, la impronta del lulismo es rastreada en autores contemporáneos que, como Antoni Tàpies o John Cage, han hecho de su arte un instrumento de búsqueda de la esencialidad. Y el alcance “espiritual” de la selección se cierra con el alcance “físico”, geográfico, que ha tenido la obra de este visionario mallorquín, con lo que se demuestra sobradamente que las obras de artistas contemporáneos (por ejemplo, el montaje lumínico “Drawing in Space”, de la coreana Jeongmoon Choi, o la estructura “Calculating Space”, del alemán Ralf Baecker) dialogan a la perfección con los pergaminos medievales.
Comisariada con gusto e inteligencia por el doctor en Filosofía Amador Vega Esquerra, con el apoyo del centro alemán Zentrum für Kunst und Medien technologie (ZKM) de Karlsruhe, “La máquina de pensar: Ramón Llull y el ars combinatoria” responde a la celebración en Cataluña y las Islas Baleares del Año Llull, al cumplirse este 2016 el 700 aniversario de la desaparición de una de las figuras clave de la literatura en lengua catalana y, sobre todo, del pensamiento filosófico occidental de la Edad Media en general.
«La muestra se inicia con una introducción a la figura y a la obra de Llull, para, a partir de ahí, incidir en la influencia o fascinación explícitas o implícitas que ha ejercido su filosofía en creadores de diferentes épocas y nacionalidades.»
Y es que, retomando la idea inicial de este artículo, Llull es un gran desconocido en nuestros lares, a pesar de ser internacionalmente considerado, hoy por hoy, como precursor de la narrativa interactiva y, por tanto, del lenguaje informático, que es, de sobras lo sabemos, el verdadero factótum de nuestro zeitgeist.
Redescubrir la creación de Llull nos permite, en este sentido, ver nuestro presente bajo una luz más halagüeña, dado que el cristianismo neoplatónico que vertebraba las creencias de este pensador confiere un matiz humanista –y, por tanto, optimista, posibilista– a un mundo que a priori parece indescifrable, injusto y ajeno. En realidad, es solo el reflejo de una inteligencia muy superior: un enigma que podemos descodificar mediante el uso de nuestra propia inteligencia y de nuestra propia capacidad de sentir y de amar, lo que, de hecho, hace de las personas el epicentro de un mundo en el que todo está relacionado. No es de extrañar, pues, que con dicha premisa filosófica Llull se viera impelido a formalizar el pensamiento mediante máquinas de ideas lógicas: toda una anticipación de la famosa tesis de Church-Turing que, a la postre, hace de esta exhibición un alto obligado para todo aquel que quiera entender el largo recorrido, la gran trascendencia histórica y espiritual, que tienen las intuiciones de un selecto grupo de genios. O, en palabras del propio Llull: “Veritat james no mor” (“La verdad nunca muere”).
Enhorabuena por la gran reseña. No me la voy a perder!