“Más allá de las montañas” de Jia Zhangke

El primer plano de Más allá de las montañas es el de un grupo de personas mirando a cámara y danzando frenéticamente la versión de los Pet Shop Boys de “Go West” de Village People. Entre ellos se encuentra Tao (Tao Zhao), una mujer joven, alegre y entusiasta que, circularmente, aparece en el plano con el que se cierra el metraje, ya de avanzada edad y en absoluta soledad, bailando de nuevo la misma canción, ahora con los ojos cerrados, pues resuena en sus recuerdos y no en los altavoces de un local. Entre ambas imágenes, media la transformación de China que va desde el furor económico propiciado por la apertura del régimen al resto del mundo hasta la despoblación del país y la pérdida de sus señas de identidad, convertido en un erial donde solamente quedan los más débiles: los pobres, los ancianos, los que fueron incapaces de adaptarse al cambio.

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Ya solamente comparando ambas escenas, y teniendo muy en cuenta el empleo irónico de la melodía que las acompaña, se evidencia que la cinta vuelve a ser otra de las radiografías espirituales, tan implacables como poéticas, de Jia Zhangke sobre su sociedad y, por ende, sobre el mundo entero. Y es que el país asiático, bajo la lúcida lupa del realizador, se convierte en epítome de la globalización y de los efectos devastadores que la misma tiene para elementos tan importantes en la cohesión del colectivo como la familia, la cultura, la justicia, los derechos humanos, la ética o la solidaridad. De una forma mucho más explícita que en Naturaleza muerta (2006), donde el componente irrealista aparecía como la armonía de una pieza musical mayor, Más allá de las montañas es un drama intimista, un filme de denuncia social y una película de ciencia ficción distópica sobre el destino de un planeta entregado a un capitalismo feroz, que disfraza su inmisericorde afán de lucro bajo un supuesto “progreso” asentado en la explotación de los recursos naturales y en el culto a la tecnología.

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«La cinta vuelve a ser otra de las radiografías espirituales, tan implacables como poéticas, de Jia Zhangke sobre su sociedad y, por ende, sobre el mundo entero.»

Lo magistral de la cinta, empero, reside en la forma, exquisitamente alegórica, en la que el discurso desarrolla dicha tesis. Iniciada con un larguísimo prólogo, que hace creer al espectador que la trama va a girar en torno a un triángulo sentimental, pronto advertimos que las intenciones del autor van por otros derroteros, al construir tres fragmentos narrativos que se superponen unos a otros sin mayor ilación que la presencia de uno o de varios de los personajes anteriores. En realidad, el tres reside en la estructura misma del relato, dado que Zhangke lleva a cabo tres instantáneas de la vida en la China contemporánea: la del pasado reciente (1999), la del presente (2014) y la del futuro (2025). Ello también explica los tres cambios del formato cinematográfico (1.35, 1.87, 2.35) y de texturas fílmicas (vídeo, digital, anamórfico) a lo largo de la historia: un llamativo recurso estilístico que, al poner el énfasis en el propio “soporte” de la obra de arte, incide en la mutabilidad y la relatividad, no solo de la realidad misma, sino de sus formas de representación.

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«El tres reside en la estructura misma del relato, dado que lleva a cabo tres instantáneas de la vida en la China contemporánea: la del pasado reciente (1999), la del presente (2014) y la del futuro (2025). Ello también explica los tres cambios del formato cinematográfico (1.35, 1.87, 2.35) y de texturas fílmicas (vídeo, digital, anamórfico) a lo largo de la historia.»

En ese sentido, la relación a tres bandas que marca el principio de la película pronto deviene una metáfora de una China que todavía se encontraba escindida entre su afecto por la tradición comunista, encarnada en el amable y tranquilo minero Liangzi (Jing Dong Liang), y entre la fascinación neocapitalista, encarnada en el exitoso empresario inmobiliario, Jinsheng (Yi Zhang). La elección de la heroína marcará para siempre su vida y, en tanto trasunto de la “madre patria”, el destino de su nación. De ahí que el siguiente fragmento describa cómo ha afectado a Tao haber escogido a uno de los dos candidatos a su mano; y es que la opulencia material se ha producido a costa del olvido de las propias raíces –simbolizado en la muerte de su padre– y de la esperanza en una continuidad –simbolizada en el extrañamiento de su hijo–.

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En consecuencia, es lógico que el tramo final del filme pinte un futuro en el que el lujo y la comodidad de los nuevos ingenios de la industria se contraponen a un vacío oncológico generalizado, donde predominan la soledad, el sentimiento de fracaso y la nostalgia. De hecho, la “higiénica” estética que marca ese porvenir cercano incide en la deshumanización del mismo, en ese distanciamiento que no solamente se ha producido entre las personas, sino entre estas y su medio natural. Por ello, y según reza el título original de la pieza, “hasta las montañas pueden irse”… O desaparecer, como apunta Mia (Sylvia Chang) al hablar de los farallones australianos conocidos como “Los Doce Apóstoles”.

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Porque si hay algo que simbolice el concepto de eternidad, de perdurabilidad, son las montañas. Si ellas son también transitorias, ¿qué quedará de los seres humanos? ¿Un recuerdo borroso? ¿Una huella en la nieve? ¿Una llave que abre una puerta desconocida? ¿Una canción imposible de fijar en el tiempo?

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«Más allá de las montañas es uno de los grandes filmes estrenados en nuestras salas en los últimos años; impregnado como se halla de una profunda melancolía, ilustra con maestría el espíritu de nuestra época, en la que nos dirigimos hacia un mundo banal y sin memoria…»

Pocas, muy pocas veces, un artista logra llevar a cabo una obra que consiga con tanta elegancia, sutileza e inteligencia ser, a la vez, bella y cruel, emotiva y sarcástica, delicada y mordaz. Por eso mismo, Más allá de las montañas es uno de los grandes filmes estrenados en nuestras salas en los últimos años; impregnado como se halla de una profunda melancolía, ilustra con maestría el espíritu de nuestra época, en la que nos dirigimos hacia un mundo banal y sin memoria… Un mundo donde nada habrá existido antes, y que, por tanto, gozará del peligroso “don” de la ignorancia… Salvo en esos casos en los que algunos pocos serán capaces, como el propio cine, de rememorar en breves fogonazos, en ensoñaciones, un olor, unas notas musicales, un viaje, un paisaje, un nombre, un abrazo.

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