«Antichrist» de Lars von Trier

La última película del polémico director danés es una obra fallida; y lo es en tanto que no sólo fracasa en el uso de los códigos del género en el cual se inserta sino que, además, es incapaz de articular convincentemente el entramado simbólico introducido en el relato (el complejo de Edipo, la vagina dentata, etc.). Así, nos encontramos ante una película de terror que, ni da miedo, ni funciona como revisitación autorial de unos topoi muy conocidos por el público. Y si es cierto que el propósito del filme era ofrecer un “vistazo al oscuro mundo” de los miedos de su realizador, tal y como él mismo declarara, quizás precisamente por ello Von Trier no ha sabido tomar la distancia necesaria para construir una obra que comunique con convicción la esencia de un material tan cercano. La cinta cae en una pornografía pueril de demonios personales –y no me refiero a las escenas de violencia y sexo explícitos, menos epatantes, por citar otra obra del mismo realizador, que en Los idiotas–, demonios éstos que pueden resultar inocuos, cuando no entrañables, para los demás. El prólogo y el epílogo, dignos de un anuncio artie de colonia; el uso de símbolos tan poco sutiles como el zorro o la corneja (¿es una fábula de La Fontaine?), o la secuencia, involuntariamente jocosa, en que el personaje interpretado por Dafoe recibe el mensaje “el caos reina”, son ejemplos de la tosquedad de los recursos narrativos de la obra, tanto desde el punto de vista visual como argumental, demasiado burdos para expresar la complejidad de la angustia existencial de su autor.

Fotos: ©2008 Tom TRAMBOW

Porque de eso trata en última instancia la película: del miedo a la muerte y, como reverso inevitable de la misma, del sinsentido de la vida (y del amor).

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El filme, sin embargo, no carece de buenos momentos aislados, en los que hay un atisbo de ese terror metafísico que su autor pretende transmitirnos. El paseo mental de la protagonista por el bosque inducida por las palabras de su esposo, el flashback en el que rememora “el llanto de todo lo que vive”… Todas ellas son secuencias que despiertan inquietud en el espectador y nos recuerdan el indiscutible talento de su realizador para construir paisajes irreales, que combina hábilmente –como ya hiciera en Bailar en la oscuridad– con un realismo desnudo, casi abstracto, basado en la fuerza del primer plano y las interpretaciones de sus actores.

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Pero es que Antichrist posee, además, una gran virtud: supone el regreso de uno de los directores más potentes a la palestra creativa tras un período de depresión que le mantuvo alejado del cine, un motivo, sin duda, para congratularse (pese a la antipatía que concita entre ciertos sectores de la crítica especializada su megalomanía).

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En cualquier caso, cabe ver esta cinta como lo que es: el resultado de la lucha personal de un ser humano por salir de una crisis vital; como esa confesión íntima de un buen amigo que, aunque nos pueda avergonzar, apreciamos por la confianza depositada en nosotros.

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