«Los Soprano forever»: vacío, «capicola» y televisión

Los Soprano forever no es una guía de episodios sobre las siete temporadas de Los Soprano hecha por fans enfebrecidos, ni tampoco un sesudo análisis fílmico de las mismas. En tanto que, según reza su subtítulo, “antimanual de una serie de culto”, el libro –editado por el poco convencional proyecto editorial Errata Naturae (sic)–, recoge ocho ensayos de otros tantos autores que, sin perder nunca de mira la famosa serie de la cadena HBO, la utilizan como trampolín para reflexionar sobre temas culturales, artísticos, psicológicos, sociológicos y filosóficos.

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El carácter atípico y poliédrico de esta propuesta queda reflejado en la misma presentación del libro, con una encuadernación y unas ilustraciones dignas de un cómic independiente y pulp. El deseo de buscar un público joven, de acercar temas sesudos a una generación crecida entre las bambalinas de la cultura de los mass media, subyace en la línea editorial de esta compañía y, por ende, en los libros que edita. Sin embargo, que no se engañe nadie: Los Soprano forever requiere, más que un visionado previo de la totalidad de la serie creada por David Chase, un deseo de ahondar en las cuestiones que han hecho de este espacio un hito en la historia de la “caja tonta” y un juguete cultural de admiración y prestigio entre los intelectuales.

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Los autores del libro, la mayoría profesores de estética, arte, humanidades o filosofía en universidades españolas y estadounidenses, toman aspectos concretos de las peripecias de Tony Soprano para, a partir de ellas, reflexionar sobre el porqué de su éxito entre una audiencia dispar, compuesta tanto de personas de nivel cultural elevado como de público de a pie; sobre los símbolos que se revelan tras las imágenes, a menudo brutales, de esta historia acerca de una mafia tan devaluada como los valores de nuestra sociedad; sobre las sugerencias de las situaciones recurrentes que atrapan por igual a los personajes y a los espectadores; sobre el elevado componente de psicoanálisis moderno (con Lacan al frente) que incorpora la caracterización del héroe de la función, ese gángster marcado por una nefasta relación con su madre y por un presente tan vacuo e incomprensible como el de cualquier persona normal… De hecho, la conclusión que se extrae tras leer Los Soprano forever es que el serial, bajo su apariencia de culebrón gangsteril (o de película sobre mafiosos muy larga y en la estela de Uno de los nuestros o Casino) es, sobre todo, una perfecta encarnación del zeitgeist del cambio de milenio, en tanto que suprema creación del medio de comunicación y entretenimiento por excelencia del siglo xx, pero también en tanto que manifestación de nuestros demonios, de nuestra fascinación por el mal, de nuestra carencia de principios y de nuestra incapacidad para ser felices, impotentes para superar las trabas que, impuestas por nuestras propias limitaciones o por el medio opulento, contradictorio, egoísta y, en el fondo, banal de un Occidente consumista y neoliberal, coartan nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia y nuestra espiritualidad.

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Todos los artículos que integran el volumen mantienen, en mayor o menor medida, un equilibrio entre las referencias de enjundia, la amenidad expositiva y un tono satírico y hasta frívolo (baste con comprobar los perfiles de los autores en las solapas), lo que facilita al lector la tarea de ahondar en la trastienda de una serie que evidencia, también con una mezcla de estilos y géneros (acción, thriller, drama, humor negro, telenovela familiar…), los esqueletos guardados en nuestros armarios. Y, lo es incluso más relevante (y sorprendente): en ningún momento el libro pierde la perspectiva. Así, si el escritor argentino Rodrigo Fresán (autor de La velocidad de las cosas) considera –y con razón– como pieza de toque fundacional de una nueva realidad catódica artie a Twin Peaks (“el Bing Bang de todo esto”), el filósofo y pensador Ignacio Castro Rey puntualiza que equiparar un producto marcado por las audiencias a Ordet, Providence o Madre e Hijo es hacerle un flaco favor al séptimo arte: “Para ser televisión, no está mal.”

Pues eso.

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