«Pinocho Blues»: Imaginación contra el sistema

La primera novela gráfica de Carlos Bribián aprovecha de forma paradigmática las potencialidades creativas del denominado “noveno arte”. Aunque su punto de partida argumental sea la famosísima obra de Carlo Collodi, el ilustrador zaragozano transforma los principales ingredientes de la misma bajo un prisma triste y oscuro, a fin de convertirlos en metáforas de nuestra contemporaneidad. El resultado es un atípico cómic de autor, un retrato implacable de la mediocridad espiritual de principios del siglo XXI y un canto esperanzado a su superación.

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En las 352 páginas que conforman el volumen conviven sin ningún tipo de estridencias elementos de terror gótico o mitológico (véase a Ego y los Negativos, cuya apariencia recuerda tanto a los demonios lovecraftianos como a los yokai japoneses) junto a referencias sociológicas (el ecologismo, la religión, la prostitución, los maltratos familiares, el panem et circences…). Pinocho no es aquí el niño descarriado, perezoso y egoísta que necesita aprender, a base de palos, la importancia de ser responsable y honesto; muy al contrario, es presentado como un adolescente idealista, enamoradizo y sensible que actúa para ayudar a las personas a las que ama. Por ello, su contacto con la realidad degradada que le rodea se constituirá en un viaje iniciático en el sentido más tradicional de la expresión, es decir, en un aprendizaje doloroso y revelador del mal del mundo –que anida también en la propia alma– y del modo de vencerlo. Evidentemente, en tanto que portador de una caracterización compleja, descubriremos que el Pinocho de Bribián no es un ángel, pero su bondad, o mejor dicho, su estabilidad emocional no es tentada por afanes mezquinos o autoindulgentes, sino por fuertes sentimientos que, como a cualquier persona bisoña, le sobrepasan, tales como la rabia, la lujuria o el victimismo; no en vano, a este Pinocho no le crece la nariz al mentir, sino al ver a una muchacha deseable, al luchar contra los villanos o al deprimirse (sic).

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La disparidad de elementos manejados, que combina referencias directas sobre la realidad presente (la recesión económica, la gripe A…) con la imaginación más desbordada, es excepcionalmente plasmada por su creador, quien, evidenciando a partes iguales la influencia visual del cómic clásico americano y del manga más moderno y radical, concatena unas imágenes en blanco y negro simples y rotundas, hipnóticas y misteriosas, llenas de un gran dinamismo y de una inquietante belleza. De hecho, los dibujos de Pinocho blues no ocultan sus valores plásticos y cinematográficos. De ahí que Bribián no tenga ningún empacho en llenar la página con una sola imagen, en sobrepasar o romper el marco de las viñetas o en invertir los colores del fondo; de ahí, también, que engarce secuencias narrativas sin globos de diálogo en un movimiento casi fílmico de planos detalle, primeros planos, planos medios y planos generales. Y lo mejor de todo: el autor posee la suficiente lucidez –el suficiente talento– para utilizar esta variedad de recursos en virtud de las necesidades del relato, de modo que el exquisito trabajo que lleva a cabo como dibujante y como guionista se oculta bajo una falsa apariencia de sencillez y espontaneidad, por lo que la lectura de la obra no deviene farragosa a pesar del gran número de reflexiones sobre el hombre moderno que contiene. Asimismo, a ello contribuye en gran medida la agilidad de las peripecias narradas y el sentido de lo maravilloso que impregna la historieta, al estilo de Miyazaki o de Ende, aunque tamizado, eso sí, por un humor negro y una ironía de raigambre netamente española.

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Pocas veces un debutante da a luz un libro así de rico, a un tiempo tierno y sarcástico. El excelente dominio gráfico de la construcción narrativa deslumbra y sorprende; y la unión de la actualidad más inmediata con el acerbo de clásicos de la literatura, el cómic y el cine de corte fantástico da lugar a una obra divertida, melancólica, amena e inteligente que, en última instancia, promulga la necesidad de recuperar la vertiente intuitiva, mágica, del ser humano, mientras que apunta al terror y al desánimo, instigados en Occidente por los medios de comunicación en tanto que verdaderos órganos de propaganda de los poderosos, como los dos grandes responsables de la pervivencia del statu quo del raciocino materialista y alienado. Pero la escapatoria es siempre posible. Y un futuro mejor, también.

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