Una nueva pirueta de Fincher: «La red social»

Como suele pasarles a los realizadores formados en el lenguaje del videoclip y la publicidad, David Fincher posee un estilo visual contundente, cuya efectividad parte del carácter dinámico y sensorial de sus imágenes. Sin embargo, a poco que se analice con ecuanimidad su trayectoria en el campo del largometraje, se advierte que ha construido su prestigio a base, paradójicamente, de realizaciones fallidas. Ello quizá se explique por su incapacidad para conciliar una voluntad rupturista y contestataria que expone –a menudo de forma paroxística– las miserias de la psique humana en general, y de la sociedad americana en particular, y un descarado deseo de llegar al gran público para insertarse cómodamente en el sistema de estudios de Hollywood, lo que lleva al autor, a la postre, a atenerse a los estándares más clásicos de la industria o, en el peor de los casos, más banales y manidos; un hecho que justificaría también la parquedad de la mayoría de los guiones de partida. Por ello, junto a una verdadera joya del cine reciente (la excelente Zodiac), Fincher nos ha dejado muchas piezas interesantes aunque irregulares (v. gr. El club de la lucha, El curioso caso de Benjamin Button…), cuando no completamente prescindibles (v. gr. Alien3, La habitación del pánico…). Y es que en sus producciones la forma viene completamente determinada –y limitada– por el fondo.

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En este sentido, La red social vuelve a ser una nueva muestra de las virtudes y las carencias del director norteamericano. Aunque el discurso visual de la cinta posea una habilidad y una madurez dignas de elogio, estructurada o, mejor dicho, desestructurada como se encuentra en dos flashbacks paralelos que buscan el momento revelador que permita alumbrar el conflicto principal del relato (esto es, el enfrentamiento entre los dos iniciadores de Facebook), su capacidad de sugestión va progresivamente deslavazándose hasta perder en el tramo final toda su fuerza. Baste con comparar el convencional desarrollo de la trama relativa al personaje encarnado por Justin Timberlake con el magnífico prólogo que precede los títulos de crédito: una lección de cine en estado puro, cuyo sencillo intercambio de plano y contraplano retrata con honestidad e inteligencia, y de una forma tan simple que parece hasta fácil, la personalidad del máximo protagonista, Mark Zuckerberg.

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Más allá del oportunismo por indagar en el nacimiento de un fenómeno de masas cibernético todavía vigente, Fincher y su guionista, Aaron Zorkin (según el libro de Ben Mezrich), hacen gravitar la trama sobre la irónica circunstancia de que el creador de Facebook sea una persona con profundas carencias en el trato interpersonal. A partir de aquí, la ascensión económica de este inadaptado con un talento superior (una encarnación del sueño americano capaz de hacer las delicias de los incautos) despierta inevitablemente envidia y codicia, lacras propias de una sociedad materialista, devota de la competitividad y el triunfo, que incluso se mofa de quienes quedan, simplemente, en segundo lugar. Pero, y aquí es donde la película zozobra, también analiza los sentimientos turbios que crecen dentro de quien ha alcanzado la cima tras estar acostumbrado a la soledad, la incomprensión o el rechazo. Lamentablemente, esta segunda línea temática se condensa y diluye mediante el personaje de Eduardo Saeverin. Y, lo que tendría que haber sido una “tragedia clásica sobre la amistad traicionada” (Fincher y Zorkin dixit), acaba por convertirse en una mirada incompleta y superficial sobre el mundo que se pretende retratar.

The-Social-Network-copyright-Columbia-PicturesHay que señalar, empero, que semejante opción estilística no responde tanto a la encomiable voluntad de mantener la múltiple perspectiva de una historia buscadamente coral, o de evitar reduccionismos maniqueístas, sino al deseo de hacer de cada detalle de La red social una ilustración de la forma de comunicación por antonomasia de nuestros tiempos, es decir, Internet. En consecuencia, Fincher nos proporciona la información de forma caótica, parcial, poco contrastada y más sugerida o desplegada que contada, pese a atenerse, en principio, a un discurso de carácter narrativo. Semejante pirueta comporta, no sé si por explícita intencionalidad del director, dos efectos contrarios: rendirse admirado antes las capacidades de un autor capaz de llevarla a cabo de un modo tan equilibrado y sutil y, al mismo tiempo, quedarse con la sensación de haber leído El Quijote sin don Quijote o de haber visto Ciudadano Kane sin Charles Foster Kane. Así que, en definitiva, La red social desubica: y supongo que eso, por poco convencional, debe de ser algo positivo… ¿O tal vez no?

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