«Los miserables» de Tom Hooper

Con una carrera básicamente desarrollada en el mundo de la televisión, el británico Tom Hooper saltó a la palestra del séptimo arte gracias al éxito de su filme El discurso del rey (2010), que le valió un sorprendente Oscar al mejor director por una realización correcta y funcional capaz de plasmar con eficacia un sólido guión y de dar espacio a las excelencias interpretativas del reparto.

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Respaldado por un galardón tan influyente, no es extraño que la ambiciosa adaptación del aplaudido musical de teatro Les Misérables haya quedado en sus manos; sin embargo, el cine musical es uno de los ámbitos en los que más fácilmente se puede zozobrar a poco que no se comprenda realmente la esencia del mismo, que en absoluto requiere una dirección artesana y convencional.

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Y ello es justo lo que sucede con esta ilustración, esforzada pero desvaída, de la obra teatral, que es incapaz de transmitir la emotividad de la historia original de Víctor Hugo como es menester en el género dentro del cual se adscribe, es decir, mediante los temas musicales. De hecho, aún no llegados al ecuador de su metraje, la cinta ya evidencia un error constructivo de base, al tratar el material de partida como si fuera un melodrama en el que los actores, en vez de interactuar hablando, lo hacen cantando; una premisa sin duda original, que quizá habría funcionado con un guión minimalista, pero que pronto se revela errónea ante un libreto que exige una duración considerable, habida cuenta la novela decimonónica en la que se basa. Ello termina haciendo de la película una interminable y monótona sucesión de monólogos cantados, los cuales son interrumpidos esporádicamente por momentos en grupo despojados de épica, patetismo o fuerza e incluso de gracia en los paréntesis cómicos y que, por tanto, no ejercen como contrapunto a los soliloquios de los personajes, sino que simplemente son secuencias que se acumulan unas tras otras con un orden causal.

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En realidad, lo que Hooper parece ignorar es que todo buen musical necesita, de forma implícita o explícita, una concepción coreográfica de los planos y del montaje, que deben desarrollarse armónica y rítmicamente. Apoyar el peso de la acción en las interpretaciones y en el guión, y descuidar temas insoslayables en este terreno como son la concatenación fluida de las escenas, el equilibro entre el intimismo y la espectacularidad, etc., es como asistir a un concierto de rock en el que la banda toque de espaldas al público. Por mucho que la partitura sea brillante, los instrumentos se cuenten entre los mejores del mercado y los músicos interpreten maravillosamente, al final la frialdad y la impersonalidad imperarán.

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Así, aunque Los miserables cuenta con un diseño de producción irreprochable, con una banda sonora emotiva y ampliamente avalada por los escenarios de medio mundo, y con unos personajes muy bien encarnados, la cinta va paulatinamente perdiendo fuelle a base de una realización plana y atonal, que, a grandes rasgos, se limita a acumular primeros planos cuando se trata de una pieza en solitario y planos medios o generales cuando estamos ante una colectiva, mientras que, en las escenas que narran la relación más importante del relato (la establecida entre Jean Valjean y el inspector Javert), recurre a una estereotipada alternancia de plano y contraplano sin capacidad sugestiva ni metafórica alguna.

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Ante ello, la sensación de repetición, de acumulación, de agotamiento, no tarda en hacer presa del espectador. Asimismo, el torpe empleo de los picados y contrapicados y de las cámaras aéreas se muestra inútil para otorgar el brío que demanda la obra, pues hay en ello un aire de impostada búsqueda de agilidad y dinamismo. De hecho, la dirección es solvente solo en el tramo inicial, donde se halla la única escena verdaderamente bien resuelta de la película (la canción “I Dreamed a Dream”), pero, tras la aparición del personaje de Cosette, inicia un progresivo hundimiento.

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En consecuencia, Los miserables es un filme fallido que tal vez interese a los fans de la pieza de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil en tanto recreación hollywoodiana (bigger than life) de la misma, y que, como tal, permite disfrutar de interpretaciones muy sobresalientes (en especial las de Hugh Jackman y Anne Hathaway), así como de una escenografía, un vestuario y un maquillaje hábiles y vistosos, bien arropados por la efectividad de la puesta en escena y de la fotografía.

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