El volumen colectivo The Smiths: música, política y deseo es una obra marcada por su eclecticismo, como no podría ser de otra forma habida cuenta de que aglutina artículos redactados por diferentes autores de variopinto perfil: escritores, musicólogos, antropólogos… Asimismo, cada texto se centra en cuestiones dispares, algunas muy tangenciales, sobre el objeto de análisis del libro, además de poseer distintos grados de proximidad temporal y espacial respecto a lo expuesto. ¿Y cuál es el foco de estudio de la propuesta? Pues la banda británica The Smiths, que, tres décadas después de su formación y de su temprana disolución, se ha convertido en epítome por excelencia del pop-rock independiente.
En la estela de otros libros publicados por la misma editorial, Errata Naturae, sobre fenómenos artísticos de incidencia relativamente amplia ‒pienso, por ejemplo, en los dedicados a las series Los Soprano o Breaking Bad‒, la obra sobre este grupo de Mánchester, muy bien editada y coordinada por Fruela Fernández, intenta ofrecer una visión heterogénea que explique, o que al menos ilustre o clarifique, desde la perspectiva conferida por el tiempo, el elevado estatus crítico y artístico, pero también sentimental, del que actualmente goza el grupo.
«El volumen intenta ofrecer una visión heterogénea que explique, o que al menos ilustre o clarifique, desde la perspectiva conferida por el tiempo, el elevado estatus crítico y artístico, pero también sentimental, del que actualmente goza la banda de Manchester.»
Los textos que se presentan están estructurados en tres partes: la primera de ellas recopila artículos que enmarcan a la banda en sus coordenadas históricas, de ahí su revelador nombre de “Contextos”. El esclarecimiento del concepto de indie trazado por Wendy Fonarow abre este apartado (“Para la comunidad indie, el sufrimiento es la marca de los elegidos; revela apreciación, discernimiento, refinamiento, en una palabra: buen gusto. […] los fans del indie […] se ven a sí mismos como los elegidos espirituales que pueden distinguir la música verdadera de la falsa idolatría.”). A ello le sigue la exposición de Alex Niven sobre los acentos políticos de unas canciones sobre todo de corte lírico, pero que evidencian la crítica hacia las desigualdades sociales a rebufo de su ferviente antitatcherismo (“Morrissey necesitaba a Tatcher para retratarse a sí mismo como el Gran Caballero Blanco de la Contracultura Inglesa.”). Y cierra este capítulo Jon Savage y su reflexión sobre la realidad espacio-temporal y cultural que fue el caldo de cultivo para The Smiths y, sobre todo, para su líder, Steven P. Morrissey.
La siguiente parte del libro, “Tensiones”, según indica su título, ofrece diferentes visiones de las contradicciones inherentes a un grupo de pop tan peculiar como The Smiths, cuya misma existencia se encontraba basada en la tensión dialéctica entre su frontman y cantante, que escribía sus emotivas e inteligentes letras, y su compositor musical, el primera guitarra. En este apartado hay artículos tan interesantes como el de Nabeel Zuberi ‒un inglés de origen musulmán que desmitifica el tópico sobre el chauvinismo británico y blanco de The Smiths‒ o el de Nadine Hubbs ‒con su encomiable esfuerzo por trazar una panorámica sobre paisaje ético-filosófico de la obra del cuarteto inglés a partir exclusivamente de la música y del verso‒. Sin embargo, destacaría el escrito “Estas cosas llevan tiempo. Fragmentos para una lectura nihilista de The Smiths”, cuyo autor, el poeta Alberto Santamaría, traza un certero retrato espiritual del legado artístico de los cuatro músicos vinculando sus letras y su sonido al zeitgeist de su época (“The Smiths […] recoge el testigo del punk para extremar una de sus formas de nihilismo: la de su ingenuidad destructiva”).
«Los ensayos que se presentan están estructurados en tres partes: la primera recopila artículos que enmarcan a la banda en sus coordenadas históricas (‘Contextos’); la segunda (‘Tensiones’) ofrece diferentes visiones de las contradicciones de un grupo cuya misma existencia se basaba en la tensión dialéctica entre su frontman y cantante, autor de las letras, y su compositor musical, el primera guitarra. Finalmente, ‘Formaciones’ cierra la obra con una serie de escritos que patentizan la importancia de la banda en la vida y obra de quienes firman dichos textos.»
Finalmente, “Formaciones” viene a concluir el volumen con una serie de escritos que hacen patente la importancia de la banda inglesa en la vida y la obra de quienes firman dichos textos. De ahí, por ejemplo, que haya un fragmento de varias páginas de la novela sintomáticamente llamada Meat is Murder (2003) de Joe Pernice, donde The Smiths juegan un papel esencial en la trama; o que compositores como Nacho Vegas y Antonio Luque rememoren su primer contacto con los temas de un grupo que les marcaría notablemente. Tal vez por el elevado componente evocador y subjetivo de esta parte final del volumen, la mayoría de los artículos que la integran tienen más de prosa memorística que de ensayo, más de confesión nostálgica que de análisis, y aportan poco, muy poco, al retrato de The Smiths (salvo un leve perfil de inquietudes, sensibilidades y angustias compartidas). Ante ello, es Manu Ferrón quien consigue llevar a cabo la apreciación personal más bella de todas las incluidas, al establecer paralelismos, con un acento tan sincero como levemente irónico, entre sus experiencias vitales y las letras y las canciones de Morrisey y Marr (“Me parece que, aún hoy, la dualidad creativa Morrisey / Johnny Marr sigue encarnando a la perfección la doble naturaleza de todas las cosas: la dimensión superficial, evidente, que se puede comprender y explicar sin esfuerzo con argumentos y palabras sencillas; y aquella otra profunda y difícil, sentimental, a menudo inescrutable”).
En resumidas cuentas, y a pesar de un tramo final ciertamente endeble, The Smiths: música, política y deseo es un libro que ningún admirador de la banda británica debería dejarse perder, dado que analiza la “doble habilidad en la creación de música y, al mismo tiempo, de imagen” de las letras, las declaraciones ambiguas y el aspecto de Morrisey junto a “la combinación de acordes mayores, propios del rock, y adornos menores de ambientación jazz” en “las intensas melodías de guitarra de Marr”, lo que confirió a su colaboración ese “sonido excesivamente melodramático” que encontró “la combinación ideal entre accesibilidad y amplitud” y otorgó a “The Smiths su carácter de himno generacional”.