«Timbuktu» de Abderrahmane Sissako

El último filme de Abderrahmane Sissako, autor afincado en Malí pero de origen mauritano, ha tenido la suerte de contar con una distribución relativamente amplia en nuestro país gracias a su exitoso paso por el último Festival de Cannes –donde ganó el Premio François Chalais y el Premio del Jurado Ecuménico– y, sobre todo, gracias a su nominación a los Oscar en la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera.

Timbuktu 0

Como ya pasara en los anteriores filme de Sissako que han tenido cierta visibilidad fuera de África –léase Heremakono (2002) o Bamako (2006)–, el realizador emplea una anécdota ceñida a la cotidianidad de personas humildes para, a partir de ella, erigir un discurso de mayor calado de apuntes existenciales o sociales, con un tono contenido y sereno tanto cuando se trata de celebrar los dones de la vida como de lamentarse por el dolor y las injusticias que hay en la misma.

Timbuktu black woman

En esta línea, con Timbuktu asistimos a un sutil drama coral, ceñido al devenir cotidiano de unos pocos personajes en la población malí de Tombuctú, y cuyo discurso se asienta en la denuncia de la situación que vive el país de adopción del director a causa del yihadismo. Porque el filme es básicamente el retrato de un mundo cada vez más enrarecido por culpa del fanatismo religioso, responsable de un estado de vigilancia, tensión y desconfianza perpetuas, lo que termina por enfrentar a personas de diferentes razas, culturas y creencias (tuaregs, bambaras, malinkeses…), que, de otro modo, nunca tendrían problemas añadidos, “artificiales”, a los ya inherentes de la convivencia entre seres humanos.

Timbuktu tuaregs

Es una suerte, al respecto, que el realizador sea musulmán, pues su visión de dicha realidad escapa del maniqueísmo, cada vez más extendido –y, a mi entender, sintomáticamente peligroso–, que tienen las obras que pretenden denunciar la deriva intolerante en la que ha caído parte del Islam en los últimos tiempos. Sissako, por el contrario, recalca el mensaje universal y compasivo de su religión, a través de las palabras del sabio y pacífico imán (Adel Mahmoud Cherif), mientras que evidencia el sinsentido del yihadismo, primero al mostrar la absurdidad de sus restricciones con comportamientos de inflexiones cómicas –el partido de fútbol jugado sin pelota para esquivar la prohibición que pesa sobre este deporte o la frustrada declaración ante las cámaras del rapero convertido en “soldado de Alá”–, luego incidiendo en el hecho de que ni siquiera los propios yihadistas son capaces de cumplir todas las surrealistas limitaciones impuestas por sus superiores –algunos de ellos bailan o fuman a escondidas– para llegar, finalmente, a la eclosión dramática del relato mediante imposiciones, secuestros y condenas que poco o nada tienen que ver con un sentido de la justicia vinculado al Corán o al raciocinio de las leyes laicas.

Timbuktu lago lake

Una temática tan delicada y candente requería de gran habilidad tras las cámaras; y Sissako ofrece una lección magistral al mostrar esa realidad multiétnica y caótica con una mirada compasiva y empática que se extiende a todas y cada una de las criaturas de su relato, lo que propicia que el espectador vea al conjunto de personajes que aparecen en pantalla como seres humanos, con sus imperfecciones y sus cualidades, no importa cuán equivocados sean sus actos o cuán erróneas sean sus creencias.

Timbuktu woman with a knife

Por otro lado, la concreción de todo ello en el plano formal da lugar a una cinta que oscila continuamente entre el intimismo adscrito a lazos de familia, culto religioso o amistad y la espectacularidad de un paisaje de tonos cálidos, en el que el ser humano se encuentra integrado como parte indisoluble, necesaria, de su entorno, en una visión cósmica de las relaciones con la naturaleza que recuerda a otros realizadores no occidentales como Abbas Kiarostami o Majid Majidi. Ello explica, entre otras cosas, la abundancia de planos generales donde los personajes son apenas distinguibles de un árbol o una vaca, el antropomorfismo de un matorral entre unas dunas –una suerte de bello púbico­–, la equiparación de la pequeña Toya (Layla Walet Mohamed) con una gacela o la estructura circular del relato, lo que dota de un sentido de infinitud y de fatalidad a lo acontecido, mientras la naturaleza –¿o tal vez Dios?– asiste impasible a las diminutas tragedias de los hombres.

Timbuktu soldiers girl

Según lo expuesto, Timbuktu refleja, con tanta sensibilidad como inteligencia, una sociedad que mantiene un difícil equilibrio y que está al borde del desastre por culpa del fanatismo y la intolerancia, en la que la salvación vendrá solo de la capacidad de seguir buscando las cosas que nos unen en vez de las que nos separan; en este sentido, ello queda bellamente ilustrado en el poder sublimador de la música, no por casualidad prohibida por la yihad, puesto que es capaz de ofrecer una sensación de comunidad e integración emocional e inmediata que supera las barreras de todo tipo. Por eso, y para concluir, no estaría de más citar la película El destino (1997) de Youssef Chahine, de idéntica temática, y en la que la música –y, a través de ella, del humanismo en el más amplio sentido de la palabra– ejercía asimismo un papel central como elemento liberador de mentes y de corazones.

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