«Lo que hacemos en las sombras» de Jemaine Clement y Taika Waititi

El término mockumentary, acuñado por Rob Reiner, director de la fundacional This is Spinal Tab (1984), hace referencia a un tipo de películas que, adoptando explícitamente el formato visual de un documental mediante técnicas de cinéma vérité prototípicas del género –luz natural, conversaciones en las que la presencia del entrevistador se hace patente, inserción de fuentes gráficas como fotografías o documentos, miradas directas a cámara, etc.–, suelen retratar realidades imposibles o hiperbolizadas en busca, básicamente, de un efecto crítico y/o cómico.

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Aunque, puestos a buscar antecedentes, podríamos retrotraernos a la famosa retransmisión radiofónica de Orson Welles de La guerra de los mundos en 1938, o incluso a ¡Qué noche la de aquel día! (1964) de Richard Lester, serían ejemplos de falsos documentales que emplean el efecto de realidad con fines discursivos y temáticos (sátira política, especulación ontológica, efecto verista, etc.) filmes tan variopintos como Zelig (1983) de Woody Allen, Ciudadano Bob Roberts (1992) de Tim Robbins, Forgotten Silver (1995) de Peter Jackson y Costa Botes, Aro Tolbukhin. En la mente del asesino (2002) de Agustí Villaronga, Isaac-Pierre Racine y Lydia Zimmermann, CSA: The Confederate States of America (2004) de Kevin Willmott, Borat (2006) de Larry Charles, REC (2007) de Jaume Balagueró y Paco Plaza o I’m Still Here (2010) de Casey Affleck, por citar algunos de los más relevantes.

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Lo que hacemos en las sombras enlaza con esta tradición para retratar la cotidianeidad de un grupo de vampiros centenarios que comparten piso en la Nueva Zelanda de nuestros días. Sus peculiares personalidades y apariencias, cada una de ellas ajustadas a diferentes estereotipos vampíricos acuñados por la tradición fílmica –desde el Nosferatu de Murnau hasta los Vampiros de Carpenter, pasando por los Drácula de Browning o Coppola o los sibaritas chupasangres de Entrevista con el vampiro de Jordan–, contrastan con elementos tan mundanos como el pago del alquiler, la búsqueda de locales donde divertirse o los altibajos de la convivencia entre cuatro solteros. Este juego metalingüístico entre el horror poético y elegante, tradicionalmente asociado a la figura del vampiro, y el conjunto de inadaptados y perdedores conformado por los protagonistas de la película propicia un irresistible efecto humorístico que convierte a la cinta en una de las comedias frikis más ingeniosas de los últimos años.

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Pero todavía hay más: dada la continua búsqueda de la complicidad con el espectador aficionado al género, Lo que hacemos en las sombras es sobre todo un entrañable homenaje a estos monstruos hematodíxicos y a sus fans más acérrimos, como evidencia la afectuosa relación de los vampiros entrevistados con Stu (Stuard Rutherford), el informático de escasa vida social destinado a cambiar radicalmente sus existencias.

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Fresca, ocurrente y descarada, sin duda esa cualidad honesta, espontánea y encantadora que desprende la obra a pesar de tratarse de una comedia macabra se debe probablemente al hecho de que estamos ante un proyecto llevado a cabo entre amigos, en este caso Taika Waititi y Jeamine Clement, dos de los humoristas de mayor prestigio en su país, que además de guionizar y dirigir el filme a cuatro manos, también interpretan a dos de sus vampiros protagonistas: el sensible y enamorado Viago (Waititi) y el mujeriego y asustadizo Vladislav (Clement). Junto a ellos están el egocéntrico e infantil Deacon (un divertidísimo Jonathan Brugh), el “paleolítico” y enigmático Petyr (Ben Fransham) y la última incorporación a la troupe vampírica: el sencillamente estúpido Nick (Cori González-Macuer). Que el personaje más egoísta, irresponsable y descerebrado sea precisamente el único hombre de nuestro tiempo ya es sintomático de la visión jocosa, pero también crítica, que Lo que hacemos en las sombras lanza sobre la sociedad presente: algo prototípico del humor de Waititi y Clement.

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En resumidas cuentas, y en la línea de la espléndida “Trilogía del Cornetto” de Edgar Wright y Simon Pegg, esta cinta mezcla la reverencia y el amor del aficionado al género con la parodia del mismo, al hacerlo “descender” desde su elevado pedestal de figuras de miedo sofisticadas y fascinantes hasta las cuitas, nada elevadas, del hombre medio en el siglo XXI. Ello da lugar a una comedia negra paradójicamente salpicada de momentos de ternura, que se sustenta en buenas interpretaciones, una realización muy efectiva en su textura documental y, sobre todo, en un vigoroso guion, repleto de diálogos chispeantes y con una serie de giros argumentales sin desperdicio.

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Viendo Lo que hacemos en las sombras, es difícil que no acuda a la mente del espectador otra obra que se movía exactamente dentro del mismo terreno, esto es, un mockumentary centrado en una criatura del cine de terror; me refiero a American Zombie (2007) de Grace Lee. Sin embargo, la autora desperdiciaba las posibilidades de su visión del día a día de una comunidad de zombies en Los Ángeles, al insistir en exceso en temas serios y, por ello, decantar la pieza, finalmente, hacia el terror, con lo que los numerosos toques de comedia que la sazonaban terminaban por chirriar en el  cómputo global del filme. Todo lo contrario de lo que le sucede a esta pequeña joya que ya ocupa, por méritos propios, un lugar destacado dentro del falso documental con fines cómicos.

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