No es una coincidencia fortuita que el título de la retrospectiva que le dedica La Virreina – Centre de la Imatge hasta el 08 de octubre a la pintora Paula Rego sea idéntico al del volumen autobiográfico que Natalia Ginzburg publicó en 1963: Léxico familiar. Porque, como acontece en este libro, que se inspira en hechos reales pero tratados de forma ficcional, novelística –lo que ahonda en el carácter sinceramente mentiroso del arte, o mentirosamente sincero: elíjase lo que se quiera–, la obra de Rego está indisolublemente enlazada con sus experiencias y memorias personales, aunque fundidas con una mirada crítica e iconoclasta de los males de su entorno, y de la que se extrae toda una lacerante vivisección de la naturaleza humana.
«La producción de Paula Rego está indisolublemente enlazada con sus experiencias y memorias personales, aunque fundidas con una mirada crítica e iconoclasta de los males de su entorno, de la que se extrae toda una lacerante vivisección de las luces y las sombras del ser humano.»
Y si empleo el término “vivisección” no es por casualidad, ya que abundan en su corpus artístico obras en las que la oposición de humanidad/animalidad se anula en pos de una fusión entre especies y géneros, cual si estuviéramos ante una versión enfermiza de las ilustraciones de Beatrix Potter (v. gr. la propia pintora se autorretrata como una mona con ropa y pinceles). Ello responde a la reflexión sobre el lado oscuro –sobre la bestialidad– de los seres humanos que recuerda a las reflexiones antropológicas de Hannah Arendt, Umberto Eco, Giorgio Agamben o Donna Haraway, entre otros.
En esta línea, pues, el título de la excelente muestra que comisiona Valentín Roma casa con la voluntad de Rego de exponer lo mejor y lo peor de las personas y posee un componente irónico, dado que se refiere a un lenguaje cercano y conocido, “familiar”, que la creadora comparte con su público, pero que se subvierte con la intención de sacudir los estereotipos imperantes en nuestra sociedad. De ahí que los personajes que pueblan las pinturas y los dibujos de Rego estén alejados de los cánones de belleza y conducta al uso, especialmente por lo que atañe a las mujeres, quienes, lejos del imaginario típico del heteropatriarcado, donde se las retrata como portadoras de juventud, esbeltez, fragilidad y sumisión, cuando no de serenidad maternal y/o conyugal, son seres rotundos e independientes, a menudo egoístas y crueles, de aspecto y comportamiento agresivos.
«Los personajes que pueblan las pinturas y los dibujos de Rego se alejan de los cánones de belleza y conducta al uso, especialmente por lo que atañe a las mujeres, quienes, lejos del imaginario patriarcal de fragilidad y esbeltez, son seres rotundos e independientes, de aspecto y comportamiento agresivos.»
Lo que explica que Rego beba de forma recurrente del acervo narrativo infantil, no solo al tratarse de la fuente de sus fantasías primigenias como individuo, sino también de la primera herramienta empleada por el establishment para influir sobre las mentes incólumes de los más pequeños. Por el contrario, Rego emplea los cuentos para niños con la intención de trastocar los valores tradicionales, sobre todo los asociados a la mujer en tanto víctima o destinataria de un engañoso happy end (la consabida boda con el “príncipe azul”); no hay más que ver su obra Blancanieves y su madrastra (1935) o la serie de cuadros que le dedica a la Caperucita Roja para llegar a la conclusión de que las lecciones morales contenidas en los relatos populares se anulan en favor de una actitud contestataria en contra, precisamente, de la validez ética de dichas lecciones.
Ello enlaza, de hecho, con otra de las constantes de su producción, que es la búsqueda de motivos en sus lecturas personales; escritos de Martin McDonagh, Charlotte Brönte o Eça Queirós, así como elementos del folclore occidental (léase la Cruzada de los Niños) aparecen en la exposición como inspiración y punto de partida de un gran número de las piezas exhibidas. Sin embargo, la amplia cultura de la autora también es posible rastrearla más allá, en sus influencias artísticas, gracias a su vinculación directa con la denominada “Escuela de Londres” –Francis Bacon, Lucian Freud o Michael Andrews, por citar a algunos de los más famosos– y al explícito maestrazgo de Francisco de Goya y William Hogarth, con lo que su trabajo se puede definir como una amalgama entre el expresionismo, con frecuencia siniestro, del autor aragonés y el sarcasmo realista del pintor inglés. Y a pesar de que a menudo se suele citar a Balthus como otro de los referentes de Rego, por la sensualidad que destilan muchas de sus imágenes, lo cierto es que el sentido último del erotismo de la autora portuguesa está en las antípodas de la lánguida e inocente tentación de las jovencitas del pintor polaco, ya que en Rego se advierte un violento desafío a los convencionalismos varoniles que sustentan las normas y los prejuicios del statu quo biempensante.

Dibujos inspirados en la novela «Jane Eyre»
En este sentido, lo cierto es que, si por algo destaca su producción, es por su rabioso feminismo, entendido este como el gesto rebelde, la lucha activa, contra el orden machista del mundo en general, y de Portugal, su país de origen, en particular. Significativo al respecto es el hecho de que una de las salas de La Virreina esté dedicada íntegramente a una de las obsesiones de la pintora lisboeta: el aborto clandestino, un tema común en su obra desde que en 1998 se celebrase en Portugal un referéndum no vinculante por la despenalización de la interrupción del embarazo, que contó con una bajísima participación.
«Rego emplea los cuentos para niños con la intención de trastocar los valores tradicionales, sobre todo los asociados a la mujer en tanto víctima o destinataria de un engañoso ‘happy end’.»
Aunque Rego reside desde los años 50 del siglo pasado en Londres, la influencia de su herencia nacional es evidente en sus creaciones, y no solamente desde el punto de vista de sus ataques directos hacia el catolicismo y el conservadurismo que constriñen la libertad, individual y colectiva, de sus compatriotas, sino también de las referencias directas a la historia política de la nación lusa. La exhibición, de hecho, reserva otra de sus salas a obras relativas a esta temática, yendo desde una diatriba contra la dictadura de Salazar hasta una visión paródica de Jorge Sampaio (presidente de Portugal de 1996 a 2006) y de Manuel II, último rey del país.
En resumidas cuentas, “Léxico familiar” supone una más que exhaustiva inmersión en el universo perturbador, incómodo y provocativo de una autora que, desde sus inicios en el neodadaísmo, evolucionó hacia un estilo más figurativo, marcado por la fuerza del expresionismo pictórico pero también fílmico (Murnau, Pabst…), en el que mujeres y niños adquieren un papel protagonista, en tanto focos de atención de la indagación ontológica a la que sus lápices y pinceles someten al ser humano, pero también como víctimas históricas de un orden sexista y jerárquico, que limita el concepto de feminidad y de niñez con una serie de apriorismos completamente injustos; eso, cuando no recurre a la anulación sistemática de la inocencia y/o la tolerancia infantiles o al ataque directo del cuerpo femenino mediante el maltrato, la violación, el aborto clandestino o la ablación.
«La muestra supone una más que exhaustiva inmersión en el universo perturbador, incómodo y provocativo de una de las artistas imprescindibles de la posmodernidad.»
Estamos ante una cita obligatoria, en definitiva, para quienes quieran conocer a una de las creadoras imprescindibles de la posmodernidad, o para aquellos que simplemente deseen entender el estado de violencia estructural que padece la mitad de la población de la Tierra y sus formas de resistirse a ella a través del apoderamiento de los espacios en los que había sido recluida –el hogar, el convento, la cárcel– o de la libertad y la potencia infinitas que otorgan la imaginación y su brazo armado: el arte.