En una fecha indeterminada, asistimos al apogeo del progreso tal y como en la actualidad se concibe dicho concepto. El ser humano, por tanto, ha llegado a un nivel de desarrollo tecnológico y científico inconmensurable, lo que le ha permitido dejar atrás muchas limitaciones físicas y médicas, superar la velocidad de la luz, conquistar el espacio, extenderse por diferentes planetas de la galaxia e, incluso, crear una raza entera de máquinas pensantes. Sin embargo, todos sus deslumbrantes logros son, de hecho, poco más que los sofisticados juguetes de un niño superdotado. Y es que los seres humanos siguen siendo lo que siempre han sido: la expresión suprema de la vida, la concreción más sublime y compleja de una supuesta –y anhelada– divinidad, la obra maestra de la naturaleza… y aun así criaturas falibles, imperfectas y débiles, aquejadas de egoísmo, mezquindad, rencor, envidia y crueldad.
La práctica extinción de toda la especie a manos de un ataque devastador y a sangre fría de esos “hijos” a los que quisieron obedientes y sumisos para siempre, los robots denominados cylon, propicia una nueva realidad que articula toda la serie y que se resume en una pregunta tan brutal como lógica: ¿Merece la humanidad ser salvada? De los miles de millones de habitantes que vivían en las 12 colonias –cada una de las mismas correspondiente a un planeta y a una tribu ancestral–, han sobrevivido apenas unos 50.000, que huyen del ejército vencedor al amparo de una vieja nave estelar de combate, de nombre Galáctica. ¿Por qué siguen con vida esas personas? ¿Ha sido un error de cálculo cometido por los cylon, tan brillantes, tan capaces de seguir a rajatabla un estricto plan de exterminio planeado minuciosamente durante casi cuatro décadas? ¿Es una oportunidad que les da “la Providencia” a los supervivientes para enmendarse, los “elegidos” para fundar una “Nueva Jerusalén”? ¿O tan solo ha sido una circunstancia fortuita, hija del ciego azar?
«La práctica extinción de toda la especie a manos de un ataque devastador y a sangre fría de esos hijos a los que quisieron obedientes y sumisos para siempre, los robots denominados cylon, propicia una nueva realidad que articula toda la serie y que se resume en una pregunta tan brutal como lógica: ¿Merece la humanidad ser salvada?»
Como el pueblo judío huido de Egipto, los vestigios de esas 12 colonias vagan por el infinito desierto del espacio en busca de su tierra prometida, en este caso el planeta del que los antiguos escritos dicen que partieron todas las tribus originales, conocido como “la Tierra”. ¿Ha sido ese éxodo, pues, voluntad de Dios? ¿Y es que acaso existe ese ente único y omnipotente, como dicen los cylons, o es la pléyade de dioses que adoran los humanos, menos poderosos y más antropomórficos, quienes han permitido con su pasividad el genocidio de los hombres? ¿O sencillamente es la casualidad, neutra e indiferente, la que rige el destino del universo?
Mientras lo que queda de la humanidad inicia su largo e incierto periplo hacia ese planeta legendario, sus “hijos descarriados” los persiguen, los asedian, pero, paulatinamente, van evidenciando la fascinación que yace bajo su inquina. Al fin y al cabo, han elegido evolucionar de brillantes máquinas de metal a organismos de carne y hueso, a imagen y semejanza de sus –¿Odiados? ¿Amados?– progenitores.
«Los cylon ansían ser humanos; más aún: ansían ser más que humanos, ansían devenir la encarnación perfecta de ese ideal de humanidad al que ellos aspiran, sin ninguno de sus defectos. Y ahí radica el gran fallo del magno plan de los líderes de estos androides, incapaces de entender la complejidad de la psique de aquellos a los que pretenden perfeccionar. Porque eso mismo que hace dignas de admiración a las personas también es lo mismo que las hace despreciables.»
Y es que los cylon ansían ser humanos; más aún: ansían ser más que humanos, ansían devenir la encarnación perfecta de ese ideal de humanidad al que ellos aspiran, sin ninguno de sus defectos. Y ahí radica el gran fallo del magno plan de los líderes de estos androides, incapaces de entender la complejidad de la psique de aquellos a los que pretenden emular y perfeccionar. Porque eso mismo que hace dignas de admiración a las personas también es lo mismo que las hace despreciables. Desgraciadamente, el amor, la valentía, la generosidad, la empatía, el altruismo y la honestidad son imposibles, inconcebibles, sin sus respectivos reversos. Para triunfar sobre el mal hay que conocerlo y dejarse tentar por él; de otra forma no hay gloria, ni voluntad, ni sacrificio, ni valor, ni bondad, ni verdad, ni redención, ni madurez: solo la neutra mansedumbre de los corderos.
El amargo fruto del Árbol de Conocimiento se prueba indefectiblemente con el paso del tiempo; una vez se ha digerido, el camino de cada persona se bifurca en dos veredas, según se crea en una felicidad superior determinada por el respeto hacia la libertad ajena y el amor a los semejantes o no se viva más allá de una actitud ególatra basada en una mera instrumentalización de quienes nos rodean. Evidentemente, no son caminos alejados, sino muy próximos, a veces paralelos y otras, cruzados, por los que se puede andar de forma indistinta, pero cuyo saldo final es el que dejan el conjunto de nuestros actos.
«Aunque no sea el principal protagonista de la serie, y desde luego tampoco el más simpático, entrañable o admirable, es en el doctor en Inteligencia Artificial Gaius Baltar (James Callis) sobre quien recae, con una fuerza y originalidad poco frecuentes, la clave temática de Battlestar Galactica.»
Según todo lo expuesto, aunque no sea el principal protagonista de la serie, y desde luego tampoco el más simpático, entrañable o admirable, es en Baltar (James Callis) sobre quien recae, con una fuerza y originalidad poco frecuentes, la clave temática de Battlestar Galactica, muy bien secundado por los personajes que interpreta Tricia Helfer (los Número Seis, Caprica Seis y “el mensajero”). Así, del plano villano del espacio televisivo original que creó en 1978 Glen A. Larson, el Conde Baltar ha evolucionado al doctor en Inteligencia Artificial Gaius Baltar, la encarnación más perfecta, en toda su poliédrica complejidad, del espíritu humano. Narcisista, arrogante, mentiroso, cínico, cobarde y neurótico, perfectamente satisfecho con una vida de culto exhibicionista a sí mismo y a su privilegiado intelecto, las circunstancias que le acaecen, desde su involuntaria participación en el genocidio de su propia especie hasta las extrañas “visiones” de un “ángel” que lo señala como “elegido de Dios”, le harán ir ampliando las facetas de sí mismo, hasta descubrir en su interior humildad, amor, espiritualidad, compasión, etc., etc., siendo igualmente tan capaz de actos heroicos y generosos como ruines y viles, de amar como de odiar, de perdonar como de vengarse, de arrepentirse como de jactarse, de salvar vidas como de tomarlas. A guisa de trasunto del Jacob bíblico, Gaius Baltar es culto, inteligente y con inclinación a rehuir los conflictos, pero busca el enfrentamiento cuando conviene a sus intereses; “pelea” con un “emisario divino” que intenta dictar sus pasos, aunque este sea, a la postre, su mejor amigo y consejero; es amado por “Dios” a pesar de ser hipócrita, egoísta, manipulador y mujeriego; y devendrá uno de los “patriarcas” de la nueva civilización humana.
Por otro lado, su principal partner, amante y también antagonista a lo largo de la serie simboliza, a su vez, lo mejor, y lo peor, de los suyos, los cylon. Como tal, tiene una obediente y despiadada mente de soldado (de “máquina”) que le hace seguir a pies juntillas un credo y la exime de remordimientos por asesinar, traicionar o engañar; sin embargo, su “trabajo” no le gusta, dado que se compadece de los humanos a los que, en última instancia, está obligada a dañar o a sacrificar.
En realidad, Baltar y Caprica Seis son las dos caras de la misma moneda, ambos víctimas de la gran fuente de creatividad de la humanidad y de sus retoños, esto es, de su inteligencia racional. Pues si Baltar se considera superior es precisamente porque es un genio científico y ello le ha permitido medrar socialmente de manera portentosa, a pesar de que en el resto de aspectos de la vida sea un completo desastre; y lo mismo va por Caprica Seis, quien sigue estrictamente las órdenes por mucho que no le agraden y es la más concienzuda, inteligente y tenaz en su tarea. De ahí que se burle de otro de los modelos de su especie, el Número Ocho (Grace Park), solo porque este tiende a dejarse llevar por sus emociones, algo que le parece síntoma de “debilidad” al Número Seis en tanto eficiente y metódica ejecutora de los planes de sus líderes.
«El amargo fruto del Árbol de Conocimiento se prueba indefectiblemente con el paso del tiempo; una vez se ha digerido, el camino de cada persona se bifurca en dos veredas, según se crea en una felicidad superior determinada por el respeto hacia la libertad ajena y el amor a los semejantes o no se viva más allá de una actitud ególatra basada en una mera instrumentalización de quienes nos rodean.»
Como humano y cylon respectivamente, la forma de asumir la existencia de Baltar y el Número Seis es forzosamente opuesta: uno es consciente de su mortalidad y la otra, de su posible trasvase a otro cuerpo; uno conoce su unicidad y la otra, la existencia de muchas copias análogas a ella; él se entrega a un carpe diem inmaduro e individualista y ella, a la disolución del ego en la adscripción al bien común y superior de un colectivo unido y participativo. Su encuentro, en consecuencia, marcará dramáticamente las vidas de los dos y les hará evolucionar más allá de cualquier objetivo preestablecido, de cualquier hábito o programación, puesto que no es solamente el amor que comparten, sino los “mensajes” que reciben, lo que poco a poco crea un vínculo indisoluble entre ellos: toda una metáfora del destino final de la complicada relación entre ambas especies.
Dado este alto grado de calado ontológico y espiritual que he intentado reflejar, se explica que Battlestar Galactica se halle muy alejada de la series de ciencia ficción que pueblan las emisiones televisivas en los Estados Unidos. Y este es un hecho que no deja de ser paradójico, ya que en puridad es un ejemplo perfecto de la potencialidad de tal género, tradicionalmente desaprovechado desde el punto de vista artístico y menospreciado por la crítica. Aunque esto último es en parte debido –y justificado– porque su alto componente de evasión implica la existencia de toda una corriente de creación de verdaderos subproductos fílmicos y literarios, el prejuicio con el que gran parte del público (especializado o no) se aproxima a la ciencia ficción impide que a menudo aprecien su capacidad, por su propia condición intrínseca de «ciencia ficcionada», para analizar y criticar comportamientos del presente, para exponer reflexiones metafísicas y existenciales y para proponer desarrollos científicos y técnicos. De tanto en tanto conviene recordar que algunas de las creaciones artísticas adscritas a dicho género poseen una indiscutible calidad, véase Stalker de Andrei Tarkovski; 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick; Matadero 5 de Kurt Vonnegut; Solaris de Stanislaw Lem; 1984 de George Orwell; El Incal de Moebius y Jodorowsky; Watchmen de Moore y Gibbons, y un largo etcétera.
A la postre, tal prejuicio debe de ser el responsable de que, fuera de los círculos especializados en dicho género, una serie tan brillante como Battlestar Galactica siga siendo una gran desconocida; o de que los Emmy la hayan tenido en cuenta solo en las categorías técnicas, como si únicamente sus efectos visuales (por otro lado, estupendos) tuvieran relevancia, mientras que sus guiones, sus realizaciones y sus interpretaciones hayan sido ninguneados o considerados dentro de una perfecta mediocridad.
«El alto grado de calado ontológico y espiritual explica que la serie se halle muy alejada de la series de ciencia ficción que pueblan las emisiones televisivas en los Estados Unidos. Y este es un hecho que no deja de ser paradójico, ya que en puridad es un ejemplo perfecto de la potencialidad de tal género, tradicionalmente desaprovechado desde el punto de vista artístico y menospreciado por la crítica.»
Ello no obstante, pocas veces puede un espectador asistir a un despliegue tan notorio de ingenio, hondura y sutileza en los diálogos; de eficiencia en la plasmación de las intrigas, y de un reparto que, en líneas generales, actúa más que bien: excelentemente. ¿Por qué, pues, otras series mucho peores gozan de una mayor resonancia, incluso cuando también se adscriben a géneros de tipo popular (como, por ejemplo, el policíaco)? Seguramente, la coartada de un hipotético realismo les permite tener acceso a ese perfil de espectadores que huye de todo lo que huele a fantástico, aunque de hecho vean piezas menos verosímiles, trabadas y, en el fondo, “realistas”, que Battlestar Galactica dado que, a diferencia de esta, cuentan con un referente auténtico con el que ser comparadas. Por mucho que la gente viva en planetas ignotos o en naves que surcan el espacio, con sonido de explosiones y con gravedad normal; o que existan máquinas capaces de pensar, sentir e, incluso, reproducirse, la configuración psicológica de los personajes es infinitamente más compleja y rica en este programa que en la gran mayoría de dramas televisivos (ni que decir tiene de las comedias), y por ello su interacción también da una visión muchísimo más inteligente y heterogénea de las grandes cuestiones que afectan los colectivos humanos (hambre, racismo, explotación, tiranía, delincuencia…).
En cualquier caso, justo es decir que Battlestar Galactica no descuida nunca el componente de entretenimiento que cualquier serie requiere para asegurarse la audiencia. Y si bien en algunos momentos de la historia la reflexión sociológica, metafísica y psicológica adquiere una preeminencia notable, en honor a la verdad la acción avanza de la forma más convencional y tópica que esperar cupiera dentro de las producciones televisas, esto es, en base a un misterio vertebrador, del cual se nos van dosificando las distintas pistas y se nos van dando sucesivas respuestas parciales.
Y tal misterio no es otro que el porqué los cylon han decidido, justamente en ese momento, exterminar a sus creadores, con tanto encono que hasta persiguen a los escasos supervivientes que, además y para mayor perplejidad de los mismos, ni siquiera han presentado resistencia. Junto a ello, contamos con una compleja red de subtramas que se vinculan a las relaciones entre los diferentes personajes, lo que demuestra que, en la mejor estela de guionización clásica y sólida, los responsables de la serie logran la difícil pirueta de equilibrar amenidad con profundidad a través de trucos de alcurnia que atañen, por un lado, al componente de acción y aventura de la propuesta (los cliffhangers, los giros sorpresivos, las batallas espaciales, la intriga política, el espionaje, etc.) y, por el otro, al componente emocional (los romances prohibidos, los odios y las envidias palpitantes, las traiciones de amantes o amigos, los enfrentamientos familiares, las muertes repentinas, etc.). Afirmar, por tanto, que es la mejor serie de ciencia ficción hecha hasta la fecha no tiene que sonar a exageración, pues posee las virtudes de sus predecesoras pero da un paso más allá en sus planteamientos de fondo y, sobre todo, ostenta su ambición en el esmerado cuidado que presta a todas las instancias discursivas, lo que la hace, en resumidas cuentas, una gran serie con independencia del género en el que se inserta.
Tomemos, por ejemplo, su banda sonora, a cargo de Richard Gibbs y Bear McCreary; en vez de la habitual fanfarria épica característica de las space opera, la sintonía que acompaña a los títulos de crédito es una melodía serena y melancólica, cantada por unas voces femeninas, de ecos orientales y exóticos; los momentos emotivos, por su parte, tienen una clara influencia de la música tradicional irlandesa, y los de suspense y acción, del minimalismo de percusión a la africana. Por otro lado, esporádicamente se recurre a la inserción de temas de autores reconocidos con un fin discursivo, como por ejemplo la pieza “Metamorphosis One” de Philip Glass; en este sentido, y sin ánimo de hacer spoiler alguno, es modélico el empleo de la canción “All Along the Watchtower” de Bob Dylan que se hace al final de la tercera temporada, quedando la versión que se escucha en los episodios “Encrucijadas, 1ª y 2ª parte” indisolublemente ligada al desarrollo de la trama y, por ende, a la propia serie.
Pero hay más: el reparto es encabezado por dos actores de renombre y prestigio como Edward James Olmos (William Adama) y Mary McDonnell (Laura Roslin), de cuya solvencia interpretativa a estas alturas nadie duda, y quienes, además, no encajan en absoluto en el modelo de joven y agraciada pareja habitual en el estándar hollywoodiense. Y otro tanto se puede decir de los otros dos grandes protagonistas de la serie, Katee Sackhoff (Kara “Starbuck” Thrace) y Jamie Bamber (Lee “Apollo” Adama), básicamente porque sus personajes tienen intercambiados los roles tradicionales –y machistas– entre hombres y mujeres, siendo “Starbuck” la persona temeraria, violenta y bravucona de los dos, que no sabe cómo lidiar con sus sentimientos y por ello nunca está dispuesta a comprometerse, y “Apollo”, en cambio, quien busca la estabilidad emocional y quien actúa desde la sensibilidad, la empatía y la ternura.
«Afirmar que estamos ante la mejor serie de ciencia ficción hecha hasta la fecha no tiene que sonar a exageración, pues posee las virtudes de sus predecesoras pero da un paso más allá en sus planteamientos de fondo y, sobre todo, ostenta su ambición en el esmerado cuidado que presta a todas las instancias discursivas, lo que la hace, en fin, una gran serie con independencia del género en el que se inserta.»
¿Y qué decir de la forma en cómo se recogen las batallas entre los vípers humanos y los ráptors cylon, con una “cámara al hombro” que “busca” a cada nave, aunque de hecho todas sean efectos especiales hechos por ordenador? ¿O del uso de un montaje a saltos y de una fotografía de alto contraste para expresar la diferencia, la anormalidad, la extrañeza, del día a día en el interior de una nave cylon? ¿O de las elipsis en off y los flashbacks bruscos que propician un efecto determinado, bien sea este de sorpresa, pena, rabia o incomodidad? Por no mencionar algo más elemental pero muy revelador: la sensatez de limitar la serie a un número acotado de temporadas, sin alargarla a siete u ocho innecesariamente (lo que, como bien sabemos, suele tener tan perniciosos efectos en la calidad global de las propuestas).
En consecuencia, Battlestar Galactica es la prueba viviente de que un remake inteligente puede aportar mucho a una idea original, sobre todo si esta se encuentra desaprovechada o limitada por condicionantes de su época y su entorno. De ahí que no se trate de una simple modernización (con mejores efectos especiales y un poco más de atrevimiento y desasosiego) del espacio televisivo que triunfó a finales de la década de los 70, sino que toma su atractivo punto de partida argumental para dar lugar a una creación completamente distinta, donde, por ejemplo, los cylons están más próximos a la criatura de Frankestein o al Lucifer de El paraíso perdido que a los alienígenas sin rostro de La guerra de los mundos, dada su condición de “hijos” rebeldes, sufrientes y vengativos. Gracias a esta voluntad de renovación integral, los creadores de la serie no solo se atreven a indagar en temas de enjundia (Dios, la muerte, la falsedad de las apariencias…) de una forma relativamente accesible para el gran público, sino que incluso llegan a formular una hipótesis (¿plausible?) sobre el desarrollo cultural en nuestro planeta. Y todo ello hay que agradecérselo al máximo responsable del proyecto, Ronald D. Moore, que ya había destacado con su participación en la mejor serie de la saga trekker, Star Trek: Deep Space Nine (1993-1999), como guionista, coordinador y productor, y quien, gracias precisamente a la obra que nos ocupa, recibiría merecidamente en el año 2005 un prestigioso Premio Peabody, otorgado por profesionales de la radio, la TV y la comunicación de masas, en reconocimiento a la excelencia de su contribución al medio. En definitiva, pues, estamos ante un clásico televisivo que aquellos que se consideren amantes de la ficción catódica, y todavía no lo hayan visto, no deberían dejarse perder.
Reblogged this on victormiguelvelasquez.
Un gran análisis sin duda. Reflejas a la perfección lo que la serie intenta transmitir. Una obra que ante todo derrocha genialidad en su método para reflejar la condición humana.
Donde se puede conseguir o ver esta serie?
¡Hola!
Antes que nada, gracias por leerme.
Se trata de una serie relativamente «antigua», pero está editada en España en DVD, y creo que sigue siendo fácil de conseguir en grandes superficies (FNAC, El Corte Inglés, MediaMarket…). Ignoro si la emiten de reposición en algún canal digital (aunque es posible que sea así en los de temática especializada en Ciencia Ficción, porque es todo un hito).
Si no, siempre está también la opción de recurrir a Internet.
Saludos