«Sueño de invierno (Winter Sleep)»: otra nueva obra indiscutible de Nuri Bilge Ceylan

Un discreto estreno en nuestras salas es todo cuanto ha logrado la última película de Nuri Bilge Ceylan pese a haber sido merecidamente premiada con la Palma de Oro en la pasada edición del Festival de Cannes. Desde luego, ello es mejor que ver postergada su presencia en las pantallas españolas durante dos años, como le sucedió a su anterior cinta, la imprescindible Érase una vez en Anatolia (2011); sin embargo, con seguridad una distribución tan ajustada propiciará que muchos espectadores no tengan acceso a Sueño de invierno (Winter Sleep) o no le presten la atención que se merece, aunque se trate, en pocas palabras, de uno de los más grandes filmes de los últimos años.

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Y es que, efectivamente, “grande” es el epíteto que mejor encaja a esta obra, tanto por sus 196 minutos de duración como por su minucioso y perspicaz retrato del día a día de Aydin (Haluk Bilginer), el dueño de un hotel de un depauperado pueblo situado en la emblemática zona rural de la Capadocia, cuya vida personal y profesional no atraviesa un buen momento, ante el deterioro, de un lado, de su relación con su hermana, Necla (Demet Akbag), y con su mujer, Nihal (Melisa Sözen), y, del otro, ante la progresiva asunción de su papel de pequeño cacique como regente del negocio familiar, tan alejado de su vocación de actor.

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En la estela de los grandes autores decimonónicos –Dostoievski y Chéjov acuden fácilmente a la memoria del espectador–, el director turco lleva a cabo una obra omnímoda, que abarca desde reflexiones psicológicas hasta metafísicas, pasando por temas espirituales, religiosos, sociológicos, morales, culturales… Además, y análogamente a sus ilustres predecesores literarios, lo hace de una manera en apariencia sencilla, con un estilo diáfano y directo que resulta muy próximo al público. Bien es verdad que en algunos momentos, la capacidad metafórica de su cine eclosiona con toda su lírica intensidad –véase, por ejemplo, todo lo relativo al caballo salvaje–, sin olvidar que el propio filme se encuentra asentado sobre una imagen alegórica: la del invierno como época de represión, silencio y decadencia. Ello no obstante, aquí más que nunca hace patente Ceylan su voluntad de crear un discurso accesible que permita visionar su largo metraje de forma amena y hasta adictiva.

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Un propósito tan complicado lo consigue, primero de todo, al cimentar la pieza en un guión muy trabado, escrito junto a su esposa, Ebru Ceylan; un libreto lúcido y triste, pero en última instancia esperanzado (ese «sueño» final de Aydin de seguir adelante), que oscila con naturalidad entre la comicidad cotidiana de los convencionalismos sociales y los momentos de desgarrada intensidad dramática, cuando los personajes se confiesan y expresan sin ambages sus penas y sus rencores. Ello tal vez explique que Sueño de invierno (Winter Sleep) sea capaz de transitar, sin ningún tipo de estridencias, desde el universo de Ozu o Rohmer hasta el de Bergman o Visconti. Las incisivas líneas de diálogo que ofrece Ceylan a sus criaturas son interpretadas con una convicción extraordinaria por todo el reparto, mientras que su realización potencia visualmente cuanto contiene cada palabra y cada gesto.

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De ahí que los planos generales de la pieza, más que para ubicar espacial y temporalmente a los protagonistas, ejerzan sobre todo a guisa de recordatorio de la inmutabilidad –de la indiferencia– de la naturaleza frente a nuestras desventuras. En cambio, los planos medios y primeros, que recogen los encuentros –o sería mejor decir los desencuentros– entre dos o más personajes, aparecen ante nuestros ojos en tonos rojizos y preñados de claroscuros, simbolizando el cobijo del interior de las viviendas pero también las pasiones latentes o reprimidas, a punto de explotar. Al respecto, la fotografía de Gökhan Tiryakidota juega un papel crucial, al diferenciar con nitidez el mundo de la intimidad entre las personas, a menudo opresivo, asfixiante, y la inmensa desnudez del paisaje, concretada, bien en el tono ocre de la estepa otoñal, bien en el blanco manto de la nieve.

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En consecuencia, Sueño de invierno (Winter Sleep) es una nueva disquisición de Ceylan sobre la condición humana, resumida básicamente en tres ejes complementarios: la relación del yo consigo mismo (la continua presencia de la conciencia y del deber frente a la mentira y el autoengaño); la relación del yo con el otro (el amor y el odio, la venganza y el perdón), y la relación del yo con el cosmos (la providencial llegada de la nieve, el caballo y el conejo, la lluvia…).

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Lo más extraordinario, empero, radica en el hecho de que no estamos ante una película difícil y opaca, sino que su vertiente filosófica rezuma como glosa inevitable de cualquier mente observadora ante una cotidianidad menguada, mediocre. A través de una historia de derrotas, amores rotos y claudicaciones morales, Ceylan nos regala una obra que destila inteligencia, sutileza y sensibilidad, capaz de apelar, simultáneamente, a nuestro cerebro y a nuestro corazón. Gracias a ello no somos solamente espectadores de esa humanidad incoherente, tan admirable como estúpida, tan despreciable como generosa, sino partícipes y aun cómplices, reflejados como estamos en sus grandezas y en sus miserias.

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La localización de la familia protagonista en su aislado hotel, una atalaya desde la que contemplan la realidad como lo hacían los personajes de La montaña mágica de Mann desde el balneario, nos sitúa en un plano intelectual y encopetado, que paradójicamente irá “descongelándose” con la llegada del invierno. Porque sobre paradojas y contradicciones, sobre seres humanos versa, precisamente, Sueño de invierno (Winter Sleep), una película cuya excepcional hondura y belleza la convierten en quintaesencia del séptimo arte.

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