Que la obra Boulevard es un homenaje a la alta comedia de estirpe anglosajona no es ocultado por sus responsables en ningún momento, al contrario; por si no bastara con la familiaridad de las situaciones y de los personajes que se nos presentan, la autora y directora del montaje, Carol López, patentiza dicho homenaje en detalles como las imágenes que se proyectan, al entrar en platea, bajo el patio de butacas; en una “banda sonora” con temas como Moon River o There’s No Business Like Show Business; en los carteles promocionales, que evocan grandes premières cinematográficas en blanco y negro, etc. La obra se articula a dos niveles argumentales y discursivos: de un lado, narra los preparativos del montaje teatral de una pieza ambientada en la high society, al estilo de Philip Barry (y, de hecho, su argumento recuerda vagamente a Historias de Philadelphia); del otro, está la función en sí, mostrada en su último acto y, no por casualidad, al inicio y al final de la obra, dos momentos en los que se resume todo lo narrado fuera de ese universo, merced a los sintomáticos cambios operados de una representación a otra, lo que hace de Boulevard una metáfora del arte como reflejo incompleto de la vida.
Ante ello, el proceso de plasmación de la obra por parte del director y los actores, en complicidad con la sufrida productora e instigadora del proyecto, acaba en sí mismo por convertirse en una comedia de enredos, menos aristocrática que el texto a representar, pero ceñida asimismo a las relaciones de cinco personajes. Función dentro de una función, Boulevard es también el nombre del texto que ensayan, publicitan, preestrenan y terminan por representar libremente los protagonistas de la pieza de López.
La utilización de música para narrar elipsis o acompañar el relato (véase It’s Oh So Quite de Björk o Dancing in the Moonlight de Toploader), así como la hipotética filmación de los ensayos, sumada a unos “títulos de crédito” que aparecen tras el aplauso del público o a los raccords en movimiento de varias escenas evidencian también la herencia fílmica de la representación, la interrelación que han tenido los mundos de Broadway y Hollywood desde su época dorada hasta nuestros días. Sturges, McCarey, Hawks, Cukor, Neil Simon o Woody Allen aparecen como referentes de Boulevard, sin descuidar los musicales y su tradicional componente de comedia ligera. Como colofón, el hecho de que sea una obra dentro de otra obra lleva implícita la reflexión metatetral y remite a un clásico del séptimo arte que, por la importancia que otorga al texto y a los diálogos, así como por su argumento y estatismo, bien podría haber sido un clásico del teatro: Eva al desnudo (y, no en vano, el personaje interpretado por Amparo Fernández cita explícitamente a la Bette Davis de la cinta).
Según lo expuesto, Boulevard es una versión posmoderna de la prototípica comedia de humor blanco, traspasada en manos de su autora por múltiples referencias fílmicas, teatrales y musicales. Semejante punto de partida, tan ambicioso como difícil de implementar artísticamente, queda plasmado de forma irregular.
Para empezar, si bien es normal que los personajes en este tipo de obras estén trazados esquemáticamente, habida cuenta de que suelen ser piezas que acumulan sin descanso un elevado número de situaciones delirantes para arrancar las carcajadas del espectador, la carencia de agilidad en la réplica y contrarréplica de los diálogos y, por ende, el ritmo nada frenético de Boulevard, hacen destacar, se supone que de forma involuntaria, la limitada psicología de sus personajes.
De hecho, la hilaridad de la obra recae mayoritariamente en la vis cómica de Marta Pérez y Àgata Roca, quienes encarnan dos personajes muy similares a los que popularizaron en la serie de la televisión catalana Jet Lag, mientras que el resto del reparto hace lo que puede en medio de unas situaciones cómicas que revelan demasiado su carácter de homenaje.
Y es que, al desarrollar una comedia bifurcada entre la vida y entre el escenario, la función parte de un concepto análogo al de la excelente Noises off de Michael Frayn, uno de los textos más amenos e hilarantes que han dado las artes escénicas, pero el libreto de López no logra crear unos momentos tan graciosos e interesantes en el contraste entre el backstage y la representación como la pieza de Frayn.
Obra del Grup Focus afincada en La Villarroel de Barcelona hasta el 21 de febrero, Boulevard deviene paradigma de buena parte de los montajes teatrales de nuestras carteleras. Así, pese a la solvencia de las interpretaciones, a la adecuación de la puesta en escena y a la habilidad de la dirección, su punto de partida evidencia en exceso su condición de actualización hábil pero poco original de clásicos de su género y, por tanto, se convierte en un pálido reflejo de los mismos, en un “juguete para armar” tan entrañable como insustancial, donde solamente destacan algunos apuntes aislados de reflexión sobre el arte del teatro (véase, por ejemplo, el ingenioso detalle de la escritura en tiza con los nombres de los personajes en el anverso del decorado).