La nueva película del director John Carney sigue la estela no solo temática, sino también formal, de su anterior cinta, la encantadora Once (2006). De ahí que Begin Again sea asimismo una reformulación moderna ‒esto es, menos ingenua‒ del género musical, de manera que, sobre un fondo esencialmente vitalista y positivo, construye una historia de encuentros y desencuentros sentimentales, con un cierto toque de desencanto, en la que las canciones se integran dentro del discurso fílmico naturalmente; y es que se trata de piezas que explícitamente interpretan los principales protagonistas, al estar todos ellos vinculados, de un modo u otro, al mundo de la música pop.
En este sentido, conviene advertir que, para el espectador que ya conozca Once, Begin Again puede ser fácilmente vista como un remake en clave hollywoodiense de la primera, por diversos motivos: para empezar, la música, compuesta sobre todo por Gregg Alexander, se decanta decididamente hacia el mainstream, mientras que el toque indie de sus notas, que en cambio predominaba en las composiciones de Glen Hansard y Markéta Irglóva para Once, queda aquí diluido en aras de una construcción musical más común y, por tanto, más accesible para el gran público. Digamos que es la misma diferencia que podría encontrarse entre los temas de Maroon 5 (banda de Adam Levine, que interpreta a uno de los personajes centrales de la película) y los de The Frames (banda de Glen Hansard). Por otro lado, el reparto se encuentra encabezado por Keira Knightley y Mark Ruffalo, dos estrellas de la industria, mientras que en Once eran los propios Glen Hansard y Markéta Irglóva (el dúo The Swell Season) quienes soportaban el peso del relato, ambientado además en Dublín, una capital infinitamente menos “cinematográfica”, “comercial”, que la que acoge la trama de Begin Again: Nueva York. Finalmente, la anécdota de ambos filmes gira en torno a un enamoramiento platónico de los dos protagonistas, que les sirve como revulsivo para resolver sus respectivas crisis personales; pero en Begin Again el desarrollo y la resolución de su relación es más estándar, y por tanto predecible, que en la anterior realización de Carney.
Dicho lo cual, es menester puntualizar que toda obra de arte debe ser analizada no solo en su contexto sino también por sí misma, es decir, valorarla por sus propias virtudes o denostarla por sus defectos intrínsecos. Por tanto, olvidándonos de Once, conviene señalar que Begin Again es una espléndida comedia romántica que afortunadamente se aparta de los tópicos al uso dentro de un género que, por desgracia, tiende a ofrecer la peor cara del cine de masas (a mi entender, incluso peor que la de los blockbusters de acción). Gracias a un guión, obra del propio Carney, repleto de diálogos chispeantes y momentos emotivos; a una realización solvente, puesta al servicio del argumento con una absoluta honestidad y efectividad, y a la química que se establece entre Ruffallo y Knightley, merced a naturalidad de esta, con un papel hecho a su medida, y al excelente trabajo de aquel (quien demuestra una vez más el gran actor que es), el filme deviene una adorable reflexión sobre el poder de la música.
Y es que, por encima de todo, la gran baza de este Begin Again, más allá de su realista sentido del humor, de su elegante capacidad para conmover o del amor que destila hacia Nueva York, radica en ese canto ‒nunca mejor dicho‒ a la música que subyace en cada una de sus líneas de diálogo, de sus imágenes. Ello se concreta de forma excelente durante el bello periplo de Gretta (Knightley) y Dan (Ruffalo) por las calles de la ciudad compartiendo el track-list de sus respectivos mp3, aislados del resto de seres de la bulliciosa metrópolis y, simultáneamente, extasiados ante la cotidianidad miserable y caótica de la misma por obra del poder sublimador y unificador de la música, como bien explicita Dan con la sutil reflexión metalingüística que culmina dicho periplo. Momentos como este, o como el de la larga, circular y brillante secuencia de apertura de la cinta ‒narrada bajo dos puntos de vista diferentes y en dos tiempos distintos‒, dan al filme una gracia y una simpatía de una sinceridad inusitada, seguramente propiciada por el pasado del propio Carney como músico profesional.
En consecuencia, si con lo expuesto no queda justificado de sobras el visionado de Begin Again, convendría añadir que estamos ante una película que ningún aficionado a la música pop debería perderse; una obra tan inteligente como falta de pretensiones, concebida como un espectáculo amable dentro de la aburrida y monolítica cartelera veraniega, que encima cuenta con la breve, pero siempre estimulante, presencia de Catherine Keener. Sin duda, una apuesta segura: 104 minutos de pura y deliciosa evasión.