La última película de Andrey Zvyagintsev lleva a cabo una inmisericorde disección moral de la Rusia de nuestros días a través de la historia de Kolia (Aleksey Serebryakov), un humilde mecánico que se ve involuntariamente abocado a enfrentarse contra los poderes fácticos de su pequeña población costera, encarnados en la figura del alcalde de oscuro pasado, Vadim (Roman Madyanov).
El filme se encuentra marcado por un hálito de fatalismo que se concreta en el gusto por unos encuadres donde el entorno satura a las personas; en una fotografía de tonos azules y grises, a cargo de Mikhail Krichman, que transmite aburrimiento, miseria y frialdad, y en la estructuración circular del relato mediante la repetición de unas imágenes del paisaje marítimo casi abstractas, que ejercen de prólogo y también de epílogo de la acción.
No en vano, la inmutabilidad de la naturaleza, su falta de odio pero también de amor, el eterno movimiento de las mareas, la infinitud de lo circular… todo ello es un recordatorio de la indiferencia del mundo (¿de quienes lo dirigen?) ante las desdichas humanas y, por tanto, también una prueba de la indefensión de los más débiles en una realidad a la que, en el fondo, le son ajenos los conceptos del bien o el mal.
Según lo expuesto, nos encontramos ante una obra desesperanzada y triste, a caballo entre la denuncia social, el thriller y el drama intimista estilo Bergman, que atempera su doloroso mensaje gracias a la sobria realización característica del autor de El regreso (2003). Precisamente para paliar el patetismo de lo narrado sin dejar de hacer efectiva la contundencia crítica de su temática, Zvyagintsev emplea la alegoría bíblica de Job de forma explícita. De ahí el revelador título de la pieza; o la presencia de una inmensa osamenta de ballena varada en la playa. Cabe decir, sin embargo, que en Leviatán, y a diferencia del mito judeocristiano, no se pretende loar la fuerza de la fe verdadera ni la entereza de espíritu frente a las calamidades, sino que se emplea, con amarga ironía, el lado más siniestro de la parábola, es decir, el hecho de que las cuitas de Job no sean fruto del azar, sino que nazcan a raíz de un desafío de Satán a Dios. Convertido, pues, en un mero peón en una guerra de poderes, el calvario de Job se produce con el beneplácito de Yahvé. Y es aquí donde la película manifiesta una visión de su realidad negra y cruda, pues las motivaciones de Vadim son menos materialistas de lo que nadie sospecha, y quien las orquesta, infinitamente más retorcido y malvado que su patética marioneta.
En este sentido, lo que más sorprende de Leviatán es la valentía que evidencia al atacar, de una forma tan sutil como meridiana, una sociedad putrefacta, en cuyas profundidades, bajo la bella apariencia de sus aguas, se esconde y cobija un monstruo difícil de expulsar. Constituido de los peores valores de antaño –la insolidaridad, el clasismo, la sumisión, el machismo, la incultura, el fariseísmo…–, y despertado con la llegada del capitalismo, ese “leviatán” que habita en el seno de Rusia es consecuencia de la bajísima talla moral e intelectual de sus gobernantes, y se constituye en una rémora ya no solo política, sino también espiritual, que arrastra consigo a quienes intentan deshacerse de ella. Sintomático de ello es el destino de Lilya (Elena Lyadova), la huida de Dmitri (Vladimir Vdovichenkov) o la excesiva ingesta de vodka por parte de casi todos los personajes, condenados como están a una existencia sin valores ni metas.
En consecuencia, con Leviatán nos encontramos ante una cinta notable, muestra paradigmática de oficio tras la cámaras, lucidez temática y solidez narrativa. Premio al Mejor Guión en el Festival de Cannes y a la Mejor Película Extranjera en los Globos de Oro, la última creación de Zvyagintsev es un grito de rabia –contenida, pero rabia al fin y al cabo– ante la impronta que Putin y los suyos dejarán en el alma rusa. Por eso el joven Roma (Sergey Pokhodaev), violento, grosero y taciturno, es epítome de las nuevas generaciones, perdidas entre la melancólica apatía de sus progenitores y el darwinismo impuesto por las instituciones.
Desgraciadamente, es fácil para el espectador español sentir próximo ese universo en el que se contraponen las corruptelas y prebendas de los poderosos al sufrimiento de los más desfavorecidos. Ya solo por ello es un filme de visionado muy recomendable no solo para el público cinéfilo sino para todo el que tenga inquietudes políticas y sociales.