En los últimos años, el sector editorial español parece estar redescubriendo la figura de Gaito Gazdánov, un escritor esencial de la denominada “Generación Desapercibida” de la literatura rusa, integrada por aquellos autores nacidos o formados en el exilio tras la revolución soviética, entre cuyos nombres destaca el muy notorio de Vladímir Nabókov. En este sentido, y hasta 2010, la única obra de Gazdánov editada en nuestros lares era una traducción del francés del libro que ahora nos ocupa, publicada en Barcelona en 1955, y que afortunadamente Acantilado reedita a partir del original ruso, en una versión a cargo de María García Barris.
Y digo “afortunadamente” porque ello permitirá a los lectores hispanohablantes apreciar en toda su calidad El espectro de Aleksandr Wolf, una espléndida novela que destaca por dos cualidades: por un lado, un estilo sobrio y conciso, salpicado de notas líricas de corte impresionista (v. gr. “Caminamos a través de la turbia luz de las farolas y del alba por las calles que descendían bruscamente desde Montmarte.”), un hecho que no solamente explica la brevedad de la pieza, sino que, sobre todo, la vincula a toda una tradición prosística de su nación basada en una economía de medios y en una ligereza expositiva que, sin embargo, esconde reflexiones de gran hondura, y entre cuyos más ilustres representantes podemos citar plumas del renombre de Lérmontov, Turguénev, Chéjov o Bábel. El otro rasgo que distingue este libro es la construcción de su trama como si de una novela de misterio se tratara para, a partir de ahí, desarrollar un sutil entramado de situaciones que hacen lindar el texto con el género romántico, la crónica periodística, el ensayo psicológico y aun el relato de terror.
«Una espléndida novela que destaca por dos cualidades: de un lado, un estilo sobrio y conciso, salpicado de notas líricas de corte impresionista y, del otro, la construcción de su trama como si de una novela de misterio se tratara.»
Semejante eclecticismo podría hacer temer al lector una cierta dispersión de intenciones o de tono, pero nada más lejos de la realidad; la obra, estructurada de forma climática hacia un final sorpresivo de ecos circulares, se halla perfectamente engarzada, dada la cohesión que le proporcionan las ideas y las emociones del narrador protagonista, en el que no es difícil reconocer un alter ego del propio Gazdánov, pues ambos comparten numerosas similitudes biográficas (ex soldados del ejército blanco, exiliados en París, periodistas…).
En realidad, la complejidad argumental de la historia se revela paulatinamente propiciada por su temática de fondo, una ambiciosa reflexión sobre la condición humana en la que están ineludiblemente presentes muchos de los grandes temas que han obsesionado a nuestra especie desde los albores de su existencia: el amor, la culpa, el deseo, el perdón, el miedo, el odio y la muerte (v. gr. “si no conociéramos la muerte, no conoceríamos la felicidad, ya que […] no podríamos apreciar el valor de nuestros mejores sentimientos, no sabríamos que algunos de ellos nunca se repetirán y que sólo en el presente los podemos comprender en su totalidad.”).
«La grandeza de estas páginas de Gazdánov radica tanto en su capacidad de presentar sus temas de forma aparentemente banal y cotidiana, mediante un hallazgo fortuito que desencadenará un hado ineludible y fatídico, como en hacer pivotar sus indagaciones metafísicas y ontológicas en el reverso de las mismas, de forma que, en puridad, no es la vida el foco de su interés, sino la muerte, ni es la plenitud del amor lo que se destaca, sino la pérdida constante implícita incluso en su mismo auge.»
La grandeza de estas páginas de Gazdánov radica tanto en su capacidad de presentar dichos temas de forma aparentemente banal y cotidiana, mediante un hallazgo fortuito que desencadenará un hado ineludible y fatídico, como en hacer pivotar sus indagaciones metafísicas y ontológicas en el reverso de las mismas, de forma que, en puridad, no es la vida el foco de su interés, sino la muerte (v. gr. “cualquier sentimiento y cualquier conjunto de sentimientos, cualquier ley y cualquier conjunto de leyes, todo se vuelve impotente ante el poder instantáneo del asesinato.”), ni es la plenitud del amor lo que se destaca, sino la pérdida constante implícita incluso en su mismo auge (v. gr. “Tenía la impresión de que después de la fuerza destructora de este amor no me quedarían fuerzas para otro sentimiento y que seguramente no podría comprar este recuerdo avasallador con nada.”). Y lo mismo va incluso para la esencia íntima de nuestra propia existencia, a menudo confundida con el sueño o la ficción literaria (v. gr. “no conseguí desprenderme de la sensación de fantasía que me infundía ese paseo nocturno, como si en el silencio habitual de mi imaginación yo paseara por una ciudad desconocida y ajena al lado del espectro de mi largo e ininterrumpido sueño.”).
Sintomáticamente, es un libro el desencadenante de la intriga, de forma que toda la obra se articula sobre un inteligente juego de espejos alrededor de la búsqueda por parte del protagonista del autor de dicho libro, Aleksander Wolf, un escritor que es también su doble y su versión alternativa, su víctima y su verdugo, su “némesis” y su destino. Con ello, Gazdánov lleva a cabo una reflexión sobre el poder de la palabra y del arte literario, mientras que, simultáneamente, confiere al relato un aire enrarecido, por momentos hasta alucinado, donde las fronteras del yo y de la identidad se diluyen y las personas forman parte de un invisible designio, en el que “toda existencia humana está ligada a otras existencias humanas y éstas, a su vez, están ligadas a las siguientes, y cuando llegamos al final lógico de esta secuencia de interrelaciones, nos acercamos a la suma de personas que habitan la enorme superficie del globo terrestre.”
«Gazdánov lleva a cabo una reflexión sobre el poder de la palabra y del arte literario, mientras que, simultáneamente, confiere al relato un aire enrarecido, por momentos hasta alucinado, donde las fronteras del yo y de la identidad se diluyen y las personas forman parte de un invisible designio.»
En definitiva, El espectro de Aleksandr Wolf es una de esas pequeñas joyas semiocultas que el lector avezado sabrá disfrutar desde sus primeras líneas; libro ameno y profundo, su rica red de augurios, pistas e incógnitas y su estilo contenido y escueto le hacen ser a la vez melancólico y casi trágico sin dejar de lado un cierto regusto distanciador e irónico. Sin duda, una novela que habría hecho las delicias de Bioy Casares y Borges a pesar de su enfoque realista… (realista ma non troppo).
Me la apunto.
Y me alegro del fin del paréntesis; echaba de menos nuevas entradas.
Un gran libro, sin duda. ¡Gracias por tus palabras!